CRÓNICA

Maldita Nerea, confianza mutua

El grupo de Jorge Ruiz escenificó la complicidad con sus fans en la presentación de 'Bailarina' en la sala Barts

Jorge Ruiz, en el concierto de Maldita Nerea en la sala Barts / FERRAN SENDRA

Butacas fuera, este sábado en la sala Barts, y la pista libre para que el público de Maldita Nerea pudiera sentirse a sus anchas, bailando, coreando, enfatizando con las manos y las cejas levantadas esas letras escritas en segunda persona del singular. “Tu mirada me hace grande”, cantó Jorge Ruiz en una de las piezas estrella de la noche, buscando refugio en su papel de ídolo discreto, que atribuye a quien le mira el poder de convertirle en alguien especial.

Lo de cantar es un decir: Ruiz entonaba con correcta caligrafía las canciones y se retiraba del micro tan pronto los, las, fans entraban en tromba, haciéndose suya cada estrofa y liberándole de una función de vocalista carismático que dice no perseguir. Aunque el mejor líder quizá sea el que no lo parece, y el cantante y compositor murciano actuó a su huidiza manera como el seductor perfecto, el que consigue que el auditorio se identifique con su mensaje sin que se sienta objeto de una ceremonia de seducción. Porque quiere y porque sabe que entre un lado y el otro del escenario se construye algo más grande que la suma de unas canciones.

El test del canto

En los conciertos de Maldita Nerea, la música es ese material con el que todos suben un escalón para disfrutar de un estado emocional compartido, aunque sea a veces a golpe de clichés poéticos: la bondad del mensaje es más poderosa que las referencias peliculeras a abrazos, soledades y oídos necesitados de palabras reconfortantes. Ruiz señaló que acudían al Festival del Mil·lenni “atravesando el desierto y el universo”, y dio al público el poder de decidir sobre sus decisiones. Al presentar las nuevas canciones, las 11 del reciente disco ‘Bailarina’, avisó que las que no fueran cantadas por el público “irán abandonándonos poco a poco”.

Espoleado por esa expectativa, el coro popular arropó una a una esas composiciones de estreno, como ‘Cuando todas las historias se acaban’ o ‘A quien quiera escuchar’. Piezas asentadas en unos códigos pop diáfanos, lineales, sin dobles fondos ni complejidades armónicas, sujetos a una melodía que cualquier puede tararear o silbar. Intercalados, ‘hits’ como ‘No pide tanto, idiota’, esa composición en la que Ruiz aconseja a su amigo que haga el favor de prestar más atención a su novia, que le escriba su canción y la invite a tocar su corazón. ¿Ha nacido acaso la adolescente que pueda ser insensible a tal mensaje?

Melodías de primero de guitarra en tutorial de Youtube, consejos de amigo y una invitación final al movimiento rítmico en ‘Bailarina’, Maldita Nerea ‘goes to disco’ dejando en el camino un rastro de éxitos extraños, como la filosófica ‘El secreto de las tortugas’. Muestras del prodigio de Maldita Nerea, de cómo un tipo con limitados conocimientos musicales ha dado forma a una historia de confianza mutua con el público a través, precisamente, de la música.

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