UN MITO LITERARIO

La extraña visión de Clarice Lispector

Una biografía del norteamericano Benjamin Moser recupera la enorme figura de la autora brasileña, fallecida hace 40 años

La escritora brasileña Clarice Lispector.

Intentar explicar quién es Clarice Lispector. Complicado. No basta con decir que es una de las grandes escritoras (de los grandes escritores) del siglo XX, la Virginia Woolf tropical. Uno de sus traductores, Gregory Rabassa, intentó hacerlo así: "Si Kafka fuera mujer y brasileña". Insuficiente. El norteamericano Benjamin Moser acaba de presentar 'Por qué este mundo' (en Siruela, sello que ha recogido toda la obra de Lispector), una excelente biografía que pese a la pasión desplegada por su autor es consciente de que jamás logrará desvelar el misterio. Porque Lispector (Chechelnik, 1920- Río de Janeiro, 1977) es un enigma. En sí misma y en su literatura. Una vez viajó a Egipto, fue a ver la esfinge, y años después de vuelta a Brasil escribió: "No la descifré, pero tampoco ella me descifró a mí".

Lispector era especial. Como sus escritos. Esta mujer hermosa de pómulos altos y rasgos asiáticos –Giorgio de Chirico le hizo un icónico retrato-, una burguesa reconcentrada en sí misma a la que no le gustaba explicarse ante la prensa. Y aunque era muy conocida en los círculos literarios brasileños, más allá el reconocimiento le fue esquivo. Desconcertaba. ¿Cómo valorar a una Kafka con faldas que además escribe en revistas femeninas sobre cocina y maquillaje? Ahí están sus novelas, 'La pasión según G. H', su obra maestra –en la que la visión de una cucaracha desencadena tanto la repulsión como la búsqueda del absoluto-, o 'La hora de la estrella', última, aproximación metafísica a la muerte. Pero también sus cuentos, como 'El huevo y la gallina', el más famoso, el más incomprensible –"es un misterio incluso para mí", solía decir-, marcado por una extravagante clarividencia, un instante de iluminación que pone patas arriba la realidad. Quizá por ello a Clarice Lispector la invitaron una vez a un congreso mundial de brujería en Bogotá y en lugar de rechazarlo, acudió. Allí se leyó precisamente 'El huevo y la gallina' con la esperanza de que fuera comprendido por unos pocos, no con la razón sino con la intuición. "No escribo para agradar a nadie", advertía.

En la tradición judía

Moser, columnista del 'The New York Times Book Review' recuerda cómo a los 19 años –hoy tiene 42- descubrió los libros de esta autora, no muy bien traducidos entonces al inglés, y cómo esos escritos despertaron lo que él denomina una pasión amorosa. "Ella deseaba que la consideraran una mujer normal, no una leyenda, y aparentemente, como madre, esposa y alguien perteneciente a la clase media, lo era. Pero por otro lado, no era normal en nada y todo aquel que la conocía desde niña se daba cuenta de ello. Tenía una genialidad artística que la aislaba. al mismo tiempo que la vinculaba con los lectores - todavía hoy lo hace- y también con una idea especial de la divinidad. En eso se incribe en la milenaria tradición mística de los judíos".

"Tenía una genialidad artística que la aislaba, al mismo tiempo que la vinculaba con los lectores" 

Benjamin Moser 

Biógrafo de Clarice Lispector

Lispector era judía. Sus padres huyeron a Brasil desde Ucrania huyendo de los pogromos. De hecho, la aldea donde ella nació, Chechelnik, fue un alto en el camino hacia el Nuevo Mundo. Tuvieron a la niña y siguieron ruta hasta llegar primero a Recife y luego a Río de Janeiro. Pero ese nacimiento tiene su historia. Su madre había sido violada durante la primera guerra mundial y había contraído la sífilis. En aquel rincón aislado de Europa, la creencia popular es que un embarazo podía sanar a una mujer afectada. La madre de Clarice murió diez años después. "Fue el fruto del afán desesperado por salvarla, y además la niña Clarice supo este origen muy pronto. Así que ese sentimiento de culpa marcó también su vida y su escritura. Toda su literatura es un intento de reescribir la historia de su madre. La fantasía de haberla salvado la persiguió", explica el biógrafo.

Frente a la nada

A golpe de voluntarismo, estudió derecho mientras trabajaba como secretaria y periodista, y conoció a un diplomático con el que se casó y llevó una modosa y aburridísima vida de esposa adosada y perfecta durante 20 años, en los que paseó por el mundo desde Berna hasta Washington. Pero su mundo de verdad era Río y allí, a cargo de dos hijos, la devolvió el divorcio para trabajar en lo que fuera: traducciones de novelas policiacas y columnas de belleza. Más tarde, a finales de los 60, publicó artículos más personales en el ‘Jornal do Brasil’ en los que no temía retratarse íntimamente y que hicieron de ella en una firma popular. Su perro, Ulisses, que fumaba y bebía, aparecía en ellos y se convirtió en una leyenda en la ciudad.

No obstante siguió siendo un enigma, encerrada en los cuarteles de invierno de su mente, volcada en sí misma, intentando controlar la ansiedad que la arrastraba. Apenas daba entrevistas y cuando lo hacía podía ser insultantemente monosilábica. Una anécdota, relatada por un amigo, la sitúa de pie delante de un escaparate. El amigo la descubre y la llama y ella tarda un buen rato en reaccionar, como con miedo. Justo entonces el amigo se da cuenta de que lo que está contemplando Clarice muy profundamente son unos maniquís desnudos. La nada. La historia parece más bien uno de esos cuentos de metafóricos de la autora.

Pese a su complejidad, tuvo una agitada vida social (Chico Buarque o Milton Nascimento fueron sus amigos) y varios amantes. Todos aprendieron y aceptaron que, de repente, Clarice necesitase encerrarse en su casa durante días y desaparecer. La poeta norteamericana Elisabeth Bishop quedó un día con ella para hablar de la publicación de unos cuentos de la brasileña que había traducido por gusto. Clarice no se presentó.

Autora eterna 

A su biógrafo, su fama de mujer elusiva y escritora impenetrable no le parece justa, aunque reconoce que Lispector no se lo ha puesto fácil a la hora de retratarla. "Sé muy bien que mientras algunos la entienden inmediatamente, como si fuera un pedazo de su propio ser, otros no la entienden jamás". De todas formas, su consejo para alcanzarla literariamente pasa por recomendar su último libro, 'La hora de la estrella', un volumen fragmentario que escribió en el reverso de cheques y en cajetillas de tabaco y  es también el primero que Moser leyó. "Es muy corto, menos de 100 páginas. Si eres de la secta, lo sentirás de inmediato. Si no, no te preocupes: no a todo el mundo le gustan las mismas cosas". 

Pero se corre el riesgo de perderse una literatura que no se parece a ninguna otra. Lispector merecería haber formado parte, codo con codo, de los autores, hombres, del Boom latinoamericano. Moser asegura que no se ajustaba a la 'tropicalia' que los norteamericanos esperan. "No escribe sobre campesinos oprimidos, brujas volantes, dictadores ensangrentados u obreros insurgentes. Escapaba absolutamente a los estereotipos. Su obra, además, por su radicalidad ha necesitado tiempo para que los lectores nos adaptemos a su extraña visión. Estoy seguro de que vamos a leer a Clarice varios siglos después de que muchos del Boom estén totalmente olvidados". 

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