Apoyado sobre un triángulo amoroso que adapta 'Cyrano de Bergerac' para la era digital, el director Stéphane Robelin maneja una sucesión de mentiras, malentendidos y estereotipos para construir una comedia romántica que no es ni muy cómica ni muy romántica. Por un lado, el humor es pura obviedad –en uno de sus gags más memorables, el anciano protagonista confunde una ventana informática con la ventana de su casa-; por otro, la película valida una visión del sentimiento amoroso que reduce las mujeres a la condición de fantasías de hombres 50 años mayores que ellas y trivializa algo tan sórdido como la suplantación de identidad en internet.