Entre la primera y la segunda entrega de la saga cinematográfica basada en las novelas de misterio, sociedades secretas, satanismo y criptografía de Dan Brown, 'El código Da Vinci' y 'Ángeles y demonios', pasaron solo tres años. Siete han transcurrido entre la segunda y la tercera, 'Inferno'. ¿Era necesario, tanto tiempo después, resucitar cinematográficamente al personaje de Robert Langdon, catedrático de simbología convertido en detective de lo paranormal?

Ron Howard y Tom Hanks así lo han creído conveniente. Y si es cierto que 'Inferno' resulta más interesante que 'Ángeles y demonios', también lo es que poco aporta a las andanzas de este personaje al que Hanks ofrece andares torpones, resoluciones demasiado fáciles y una mirada siempre disgustada. Algunos elementos de la trama resultan previsibles y tampoco el fulgor estético de ciudades como Florencia y Estambul aportan intereses suplementarios.

Los primeros minutos, en los que Langdon se encuentra totalmente desubicado, malherido e incapaz de recordar acontecimientos recientes, están rodados con un frenesí mal entendido por un Howard que es mejor cuando no se complica la vida. Y la intriga resulta dantesca porque ahora es el infierno descrito por Dante en 'La divina comedia' el meollo de la cuestión, pero también porque acostumbramos a utilizar el término dantesco cuando la historia es exagerada, imposible, forzadamente apabullante.