Hubo un tiempo en el que Tim Burton habría sabido perfectamente qué hacer con 'El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares'; todo su cine, después de todo, habla de niños peculiares. Por otro lado, que este cruce entre la saga de Harry Potter y la de los X-Men basado -como casi todo hoy día- en una popular novela juvenil parezca hecho a medida de Burton quizá sea precisamente lo que explica que resulte tan rutinario.

El del título es un lugar literalmente mágico, cuyos habitantes o son invisibles o capaces de hacer fuego o tan inmunes a la gravedad que deben usar zapatos de plomo; seres inadaptados como un día lo fueron otras criaturas burtonianas como Bitelchús o Eduardo Manostijeras. Sin embargo, si la celebración de la diferencia entonces era seductora y casi subversiva, hoy resulta aburrida. Quizá sea porque ninguno de los niños peculiares es más que eso, peculiar, como si poseer superpoderes hubiera tenido el efecto secundario de despojarles de toda personalidad.

SALTOS TEMPORALES

O bien quizá sea porque los personajes de la película pasan segmentos considerables de la misma explicando continuamente el argumento de formas cada vez más irritantes, y ni así logran que los sucesivos saltos temporales, y los villanos de rostro cambiante y demás particularidades de este universo lleguen a resultar comprensibles. Tal vez, simplemente, tenga que ver con la incapacidad de Burton de mantener un tono y un ritmo coherentes.

'El hogar de Miss Peregrine…', es cierto, aporta el tipo de deslumbrante imaginería que venía echándose de menos en el cine de su director -un personaje que usa su poderío pulmonar para crear una bolsa de aire en un barco hundido, un ejército de esqueletos que rinde tributo a Ray Harryhausen-, pero al mismo tiempo no hace sino recordarnos que la calidad de las películas de Burton sigue midiéndose como mucho en función de la calidad de sus ocurrencias visuales.