LA PRIMERA EXPOSICIÓN EN TRES DÉCADAS

Barcelona llena el vacío de Oteiza

La Pedrera presenta una gran retrospectiva del escultor con 130 obras, entre ellas 91 esculturas

Segunda exposición del artista vasco en Barcelona 30 años después. / FERRAN SENDRA

Jorge Oteiza (Orio, 1908 – San Sebastián, 2003) quería conseguir el vacío escultórico. Pero para él el vacío no era la nada sino todo lo contrario, era un espacio de plenitud, lleno de energía y espiritualidad. Cuando consideró que había llegado a ello (ahí está 'Unidad mínima', una de sus últimas piezas y la máxima depuración de la materia) dejó la escultura. Corría el año 59, hacía dos que había sido considerado el mejor escultor del mundo en la Bienal de Sao Paulo y todos los museos internacionales se rifaban sus obras. Pero abandonó. Sustituyó el cincel por la pluma y se refugió en la escritura. "Noté que de mis últimas esculturas salían palabras", dejó escrito. Todo ese camino, desde su primera etapa figurativa con obras compactas hasta llegar al vacío, es lo que recorre 'Oteiza. La desocupación del espacio', la primera retrospectiva que puede verse en Barcelona del autor desde 1988. La muestra, hasta el 22 de enero, llena La Pedrera con 130 obras, entre relieves, dibujos, 'collages', documentación y, sobre todo, esculturas de las que se exhiben 91.

'Unidad mínima' (1958.

Casi tres décadas sin la obra de este artista tan genial como contestatario en la ciudad son demasiadas opinan en La Fundació Catalunya-La Pedrera, así que sus responsables tuvieron claro que en su intento de recuperar, revisar y difundir el trabajo de los creadores capitales del siglo XX debían dedicarle una muestra, y para ello nada mejor que producirla conjuntamente con el Museo Jorge Oteiza, la institución que vela por el legado que el artista donó a Navarra en 1992. Gaudí y Oteiza. Dos artistas que "dialogan muy bien", a juicio de la comisaria Elena Martín. Y para muestra un botón: el comienzo de la exposición, en el que una de sus cajas más icónicas y livianas del escultor ('Caja vacía con color desocupante') es confrontada con una de sus piezas más contundentes ('Maternidad', 1935) y ambas están separadas por una columna tallada por el genial reusense. Todo ello en lo que fue el oratorio de La Pedrera: "Un inicio muy singular", no en vano el guipuzcoano, como Gaudí, creía que "a través del arte se podía capturar a Dios", apunta Martín. También creía en la dimensión humana del arte y en que la finalidad de este no era la obra en sí misma sino la realidad transformadora y trascendente de la experiencia estética.

SANTUARIO DE ARANTZAZU

Complicado, sí, pero es que Oteiza era mucho más que un escultor visionario. Era una personalidad poliédrica que se dedicó también a la poesía, la estética, el cine y a la pedagogía. Puntos que también toca la muestra que se estructura cronológicamente siguiendo todos los procesos experimentales de Oteiza, desde su primera etapa más primitivista con obras muy compactas, casi precolombinas, hasta reducir al máximo la presencia de la masa: "Es el debilitamiento de la expresión figurativa y material", explica la comisaria. Luego vinieron las cajas vacías, pero llenas de espiritualidad. "Máximo vacío, mínima expresión matérica y fin de su escultura", concluye Martín. Todo ello con dos paradas en dos momentos claves de la trayectoria de Oteiza: la reconstrucción de la basílica de Arantzazu y la Bienal de Sao Paulo.

FERRAN SENDRA

Modelos para las cabezas de los apóstoles realizados para el friso del santurario de Arantzazu.

 Y un gran inciso en su laboratorio experimental, el que puso en marcha cuando abandonó totalmente la figuración. En él, en los años 50, Oteiza se dedicó a experimentar creando pequeñas piezas (afirmaba que toda escultura que no cabía en la palma de la mano no era escultura) y con materiales fáciles y rápidos de trabajar: tiza, corcho, latas (que bromeaba le alimentaban física y espiritualmente). En la misma época, en 1950, el artista recibió el encargo de intervenir escultóricamente la fachada del santuario de Arantzazu. Ahí vio la oportunidad de renovar la estatuaria religiosa pero su propuesta de sucesión de huecos que generan movimiento para el friso de los apóstoles no gustó. Tampoco generaron aplausos sus cabezas modeladas de forma rápida ni la idea de poner 14 apóstoles en lugar de 12. La Pontificia Comisión del Arte Sacro del Vaticano paró el proyecto que no se retomó y finalizó hasta 1969. El resultado es un conjunto de una gran fuerza expresiva y disposición rítmica.

El otro momento importante en la carrera de Oteiza fue cuando lo seleccionaron para representar a España en la Bienal de Sao Paulo, consiguió presentar 28 piezas (el máximo por artista eran 10) y ganó el premio del certamen. Dos años después, en el momento de mayor reconocimiento de su trabajo, dio por terminada su carrera escultórica, aunque  en los 70 y sobre todo en los 90 se realizaron algunas de sus piezas a gran escala para ser instaladas en el espacio público. 

Los ‘grafitti’ adornan la obra pública del vasco 

Barcelona solo tiene una escultura de Oteiza en el espacio público: 'La ola', una pieza situada frente a la fachada del Macba y donada por el artista al museo tres años después de su inauguración. La obra, según decía Oteiza, «dialoga con la convexidad del edificio» proyectado por Richard Meier. Y a tenor de  las pintadas que siempre aparecen en su brillante superficie de aluminio patinado y pintura de poliuretano  conversa también con los grafiteros de la ciudad o sencillamente con los gamberros que se dedican a dejar su firma en cualquier espacio que este limpio sea o no una obra de arte. La escultura, como no podría ser de otra manera, sale de una de las pequeñas piezas que Oteiza realizó en su laboratorio experimental en la década de los 50. En su origen medía solo 5 centímetros que  fueron elevados a sus actuales 7 metros en el taller del arquitecto y escultor Pere Casanovas, en  Mataró. Para materializar el proyecto,  Oteiza necesitó ejecutar seis maquetas, una de ellas de madera y a escala real.