La filmografía de Lamata está compuesta exclusivamente por comedias en un entorno terrorífico ('Una de zombis'), heavy '(Isi & Disi') o pseudoerótico ('Tensión sexual no resuelta'), pero todas tenían un factor común: eran bastante gamberras. Por eso sorprende que el realizador haya cambiado de tercio y se haya apuntado al romanticismo más clásico y algo edulcorado.

Sus protagonistas son una pareja que se conoce en un bar y decide volver a encontrarse para seguir jugando sin revelarse ni sus nombres ni a qué se dedican. Pero esto no es 'El último tango en París', aquí el sexo solo sirve para provocar casualidades más o menos verosímiles. Eso sí, todos los personajes hablan sin parar, más que en una de Woody Allen o de Eric Rohmer (a los que parece querer imitar), y, casi siempre, sus frases son ingeniosas, pero lo son demasiado, ya que se nota que forman parte de un guion y carecen totalmente de espontaneidad. Nadie habla normalmente así ni resulta tan brillante continuamente. 

El elemento cínico lo incorpora el personaje de Fele Martínez (en su reencuentro con Noriega, 20 años después de sus trabajos con Amenábar), el mejor amigo del protagonista y el más consecuente con la trayectoria del realizador. Resulta estimulante el regreso a la pantalla del añorado Gabino Diego, aunque la verdad es que tiene pocas escenas y le puede sacar poco partido a su papel, que debería ser más hilarante y se queda en un secundario de lujo con pocas frases.