Para documentar el tormentoso rodaje de una película que no le importa a casi nadie -'Las 24 horas de Le Mans' (1971)-, los directores Gabriel Clarke y John McKenna por momentos logran crear una palpable atmósfera de caos y desesperación. Por lo demás, no obstante, apuestan por una narración rutinaria y a ratos repetitiva de la que se extrae poco que no sepamos ya acerca de la contradictoria personalidad de Steve McQueen -era iracundo, ególatra, cruel y paranoico, pero qué carisma tenía el condenado- o de la arrogancia que la fama provoca. Eso sí, algunas de sus imágenes harán aullar de placer a los amantes de las carreras.