Mientras recrea un suceso real que incluye minipúgiles enmascarados, ajadas rameras y un crimen accidental, Arturo Ripstein evoca a su admirado Luis Buñuel tanto equilibrando el melodrama y el humor negro como contemplando a sus personajes sin caer en el miserabilismo o la sensiblería. La atmosférica fotografía en blanco y negro convierte la ciudad de México en una verdadera mazmorra -como de costumbre, Ripstein habla de la imposibilidad de escapar al destino-, pero resulta difícil implicarse en el drama de quienes la habitan.