El director de ‘Blue ruin’ ha presentado a concurso ‘Green room’, una historia de punks contra neonazis que debería llevarse premio.
-Después del recibimiento deBlue ruin (ganó el premio Fipresci en el 2013 en Cannes), podría haber hecho un filme de gran presupuesto.
-Había opciones. Pero preferí alejarme de ello y tratar de ir poco a poco. Temía ser absorbido demasiado pronto por el sistema.
SEnDGreen room es un homenaje a sus raíces punk.
-Descubrí el punk cuando unos amigos de la familia me pusieron el disco Fresh fruit for rotting vegetables de Dead Kennedys. Con 9 o 10 años, hacía que mi madre me llevara en coche a las tiendas de discos para comprar casetes. Después me hice skater punk.
-El contexto musical del filme es muy creíble; se nota que sabe de lo que habla.
-Este aspecto era realmente importante para mí. No creo que vaya a alienar a parte del público. Green room es una película que está hecha para mis amigos de juventud, no lo voy a negar, pero creo que puedes hacer algo universal a partir de lo más particular.
-En Blue ruin había una visión moral de la violencia. Aquí es algo más, digamos, heroica.
-Eso es porque he hecho la película que mi yo de 19 años habría querido ver. No quería repetirme y hacer otra Blue ruin. De todos modos, se tiene en cuenta a los muertos, no se toma su marcha a la ligera.
-Esta historia de asedio puede recordar a Asalto a la comisaría del distrito 13, de Carpenter.
-Lo sé, pero curiosamente, hasta hace poco era una de las pocas películas que no había visto de Carpenter. Me la puse cuando terminé el guion. Es una película sencilla y genial. Nunca me han gustado las tramas retorcidas, llenas de ramificaciones; prefiero las historias sencillas que evolucionan orgánicamente.
-Le haré la pregunta que suena tanto en su película: ¿una banda a la que llevarse a una isla desierta?
-Black Sabbath.