El autor de 'Una foguera de Sant Joan en ple gener' funde textos propios y de poetas (Joan Brossa, Palau i Fabre, Àngel Guimerà, David Castillo) con texturas jazzísticas en su nuevo disco, 'Cançó per a Helena'. Una obra sofisticada, con abundantes recursos instrumentales, que estrena hoy en Barnasants (Luz de Gas, 21.00 horas).
-En su carrera son frecuentes los cambios: canción, pop, Brasil, blues, formaciones con violas de gamba...-Hace mucho que intento escribir una canción que nunca me acaba de salir y, mientras, van pasando cosas. Si un día diera con la canción perfecta tendría un problema grave...
-Nunca había incorporado un lenguaje jazzístico con tanta corpulencia. ¿El influjo del ambiente del Taller de Músics, donde da clases?-A través de su director, Lluís Cabrera, y Enric Palomar contacté con Javi Garrabella, que estudia en el Taller y ha firmado los arreglos del disco. Un talento joven extraordinario.
-Con esa instrumentación, el texto podía pasar a un segundo plano.
-La canción es una unidad; algo que, cada vez más, veo como un oficio, algo artesanal...
-Así, ¿lo que hace no es arte?
-Todo el mundo dice que es artista, y creo que es peligroso que uno se defina de esta manera. Yo trabajé en una caja y venían prostitutas a hacer ingresos y en «profesión» ponían «artista». Algunas lo serían.
-¿El origen del disco fue la canción que le da título, dedicada a su hija?
-Sí, es una pieza de ritmo 'aswingado'. Pero creo que he hecho un disco de canciones más que de jazz. Cercanas a mis armonías de guitarra.
-Que conectan con el jazz a través de su pasión por la bossa nova.
-Claro, Brasil me hizo adoptar los acordes del jazz. Djavan me decía que había comenzado con la bossa nova y, luego, el pop anglosajón le hizo volver a aprender a tocar la guitarra. Mi proceso fue el contrario.
-En la 'cançó' de los 70 eran frecuentes las adaptaciones de poetas, pero en la actualidad no se estilan. ¿Hay que rebajar el ego para ponerse al servicio de una voz ajena?
-Para quedar bien podría decirle que sí, pero, en el fondo, adaptar un texto ajeno es un acto de ego aún más extremo, porque la canción es tuya y al poeta no lo tienes en cuenta.
-Precisamente, diría que su carrera sufrió un revulsivo con 'Oh poetas salvajes' (2002). Un renacimiento.
-Un disco importante, muy bluesístico, fruto de una crisis personal.
-En aquella época casi había desaparecido...
-Bueno, yo seguí cantando...
-¿Le molesta esa percepción?
-No, es cierto que públicamente desaparecí. Recuperé del todo mi carrera más tarde, a partir del 2009, con el apoyo de Barnasants, y vi que podía cantar en catalán en Italia, Francia o Uruguay. En 1986 yo iba una semana a Madrid a presentar mi disco a Elígeme. Ahora, esto se ha acabado.
-Ya ni se lo plantea.
-¡Si hoy me llaman para cantar en Libertad 8 me voy corriendo! Pero me siento un poco decepcionado por la falta de apoyo de compañeros de allí. No diré nombres. Por otra parte, la cantautoría nunca será un gran negocio. Y yo creo que a la cultura hay que ayudarla. Poniendo salas, y no solo para los cantautores: para los dodecafonistas, ¡que aún los hay!
-Le cuestión es: ¿el mundo es mejor con dodecafonistas o sin ellos?
-¡Mejor con ellos! Hay géneros y formas culturales que siempre serán minoritarias, y un mundo donde no existan nunca será mejor.