La actriz francesa Juliette Binoche asegura que llevaba queriendo trabajar con la directora catalana desde que vio Mi vida sin mí y comprendió que tenía una sensibilidad única. Nadie quiere la noche le ha dado por fin la oportunidad de cumplir su deseo.
-Isabel Coixet ha dicho que la escogió a usted para hacer esta película porque es «una bestia parda». ¿Le gusta la definición?-Es cierto que me gustan los desafíos. Y esta película fue un reto enorme porque cuenta una historia muy extrema: dos mujeres, en medio de la nada, obligadas a enfrentarse entre sí y a transformarse. Creo que funciona como lección muy interesante para todos los seres humanos. Necesitamos aprender de nuestras emociones, usarlas para mejorar. Cuando hago una película me gusta llevar a cabo viajes, viajes externos pero sobre todo viajes internos.
-Y, como sus personajes, ¿también usted se transforma en esos viajes?-Sin duda, porque cuando interpreto me dejo llevar por las sensaciones. No me enfrento a los personajes desde un punto de vista intelectual, para mí eso no es actuar. Del mismo modo, a veces no sé los motivos que me llevan a querer hacer a una película, solo siento que tengo que hacerla. Y esa intuición es a menudo correcta. Hay que dejarse llevar por los instintos.
-¿Fueron las condiciones de rodaje tan duras como uno imagina al ver la película?-En realidad, tan solo rodamos en exteriores unos 10 días, y solo pasamos verdadero frío tres o cuatro de ellos. Rodar en el estudio fue más duro porque hacía mucho calor, con todas las luces, y el abrigo de astracán que a mí me tocaba llevar. Tuvimos que pretender que estábamos a 30 grados bajo cero cuando en realidad estábamos a 30 sobre cero. Pero ahí radica la magia de la imaginación.
-Uno de los asuntos de la película es la necesidad de aprender a aceptar al otro. Es un mensaje que tiene hoy gran relevancia, ¿no le parece?-Sin duda. Nos necesitamos el uno al otro. No podemos estar divididos, porque a menos que nos despertemos y experimentemos un cambio radical nos dirigimos a la catástrofe. Y ese cambio tiene que suceder en el interior de cada uno y en nuestra relación con los demás. La nuestra es aún una sociedad adolescente e inmadura, tenemos que crecer.
-En ese sentido, ¿qué sintió durante las manifestaciones posteriores a los atentados de París?-No pude estar presente en ellas pero me consta que todos esos cientos de miles de personas de religiones y con causas distintas, marchando en silencio por las calles de muchas ciudades, fue una hermosa demostración de unidad y solidaridad. Ojalá ese espíritu perdure.