La recuperación de una de las mayores figuras de la fotografía de los años 60

Joan Colom El mirón del Raval

El MNAC dedica una retrospectiva al fotógrafo que retrató de forma furtiva el barrio chino de los años 60

El Museu Nacional d’Art de Catalunya acoge la exposición ’Joan Colom. Fotografies 1957-2010. Jo faig el carrer’. / MÒNICA TUDELA

Un fotógrafo furtivo recorrió durante décadas la Rambla y el Raval con una técnica particular para cazar al vuelo imágenes espontáneas, para robar al descuido fotografías de putas, niños, parejas, camareras, porteras y botiguers, borrachos y yonquis de los 90, mendigos y turistas del siglo XXI. Con la Leica atada a la muñeca, colgando a la altura del muslo o apoyada en la solapa, preparada para disparar a 2,5 metros sin tener que enfocar. Pero el mirón aficionado, el voyeur vocacional, el contable que no llegó a  hacer de la fotografía su profesión, una figura secundaria en el panorama de la nueva vanguardia fotográfica de los 50 y 60, ha acabado por ser reconocido como uno de los más grandes. La reivindicación de la obra de Joan Colom (Barcelona, 1921) llegó en 1996, con el libro de Paco Villar Historia y leyenda del barrio chino, y con la reconstrucción que hizo el MNAC en 1999 de la exposición con la que se dio a conocer en 1961. Y  la consagración en el 2002, con el Premio Nacional de Fotografía.  Pero nunca hasta ahora, a sus 93 años, se había mostrado toda su obra como en la gran retrospectiva que mañana abre las puertas en el MNAC: Jo faig el carrer. Joan Colom. Fotografies 1957-2010.

Tras recibir la  donación del archivo de Colom, en el 2012, el compromiso moral del museo era realizar la gran exposición que se le debía, incluyendo su poco conocida producción de los últimos 30 años. Se muestran más de 500 fotografías, que con las copias de trabajo y reproducciones a menor tamaño rozan el millar. Delicado de salud, Colom no pudo acudir a la presentación de la muestra comisariada por David Balsells y Jorge Ribalta. Pero verá cumplido el deseo que expresó al entonces flamante director, Pepe Serra -«hacer una exposición de su archivo antes de que muera»-, que ayer agradeció al fotógrafo su «generosidad».

Una exposición del archivo porque se ha construido a partir del vaciado a tiempo récord del fondo que Colom mantuvo mientras pudo en su casa, rescatando imágenes inéditas y mostrando cómo seleccionaba e inventariaba el fotógrafo su trabajo. Guardaba solo, enmarcados en marcos de diapositivas, los negativos que daba por buenos, agrupaba las imágenes en pequeño formato en álbumes temáticos y copiaba a gran tamaño las fotografías más destacadas, siempre concienzudamente reencuadradas.

CAZADOR DE LO MARGINAL / Colom, hijo de floristas de la calle Joaquim Costa,  dejó el chino para ir a vivir a Vallcarca. Allí cogía el metro para volver los fines de semana, únicamente para fotografiar. «Me decía que solo podía hacerlo allí, que por encima de la Diagonal no sabría qué hacer», explica el comisario de la exposición, David Balsells, clave en la recuperación de la figura de Colom y en la acogida de su archivo en el MNAC.

La exposición comienza con las fotografías iniciales de Colom en el circuito del asociacionismo, los salones y los concursos, y recoge trabajos colectivos como su participación en el grupo El Mussol y la expedición de once fotógrafos barceloneses a París en 1961. Y de allí a su primer momento de fama, una gloria fugaz y truncada, entre 1960 y 1964, como fotógrafo de la calle (la exposición de la Sala Aixelà, sus fotografías en el libro de Camilo José Cela Izas, rabizas y colipoterras) y con sus intentos de profesionalización, con reportajes en el Correo Catalán o como paparazi judicial para Gaceta Ilustrada, que dejan ver qué grandísimo fotorreportero se dejó perder. «Es muy difícil tener su capacidad para captar el movimiento y fijarse en pequeños incidentes», comenta Jorge Ribalta.

El trauma que hizo que el fotógrafo retrayese sus antenas como un caracol en 1964 (de hecho, cambió la fotografía por el tenis como afición durante 20 años) queda perfectamente documentado. La denuncia (un millón de pesetas, pedía) de una mujer que en el libro de Cela aparecía como prostituta cuando era, decía, camarera del bar Tucumán de la calle de Robadors. Y, peligro, huérfana  de un director del penal de Valencia.  Aunque, según Balsells, hubo otros motivos para su retirada. La frustración de sus expectativas periodísticas, el disgusto por el trabajo sesgado de los editores gráficos de sus libros y el miedo a perder el anonimato.

Ribalta ve otro interés a la polémica de 1964: el rechazo de las personas fotografiadas por Colom a la imagen que da de ellas. Una visión nada complaciente del «lumpenproletariado urbano», que solo algunas veces (los niños, esa anciana que besa a un mendigo) muestran más sentimiento que una dura morbosidad. La exposición, dice Balsells, es «más documental que interpretativa», centrada en la obra y su contexto profesional, que una reflexión sobre «los problemas éticos que presenta la fotografía clandestina de una colectivo marginalizado».

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