Un muchacho bisexual que no conoció a su padre y vive un pasajero enamoramiento de su padrastro. Una fascinante bibliotecaria transexual que guía sus lecturas y su iniciación erótica. Un abuelo que adora disfrazarse de mujer. Un epílogo en los bares de ambiente en el barrio madrileño de Chueca. El mundo a la vez desaforado y compasivo de John Irving (New Hampshire, 1942) vuelve a ponerse en marcha con 'Personas como yo' (Tusquets / Edicions 62), su novela número 13, que tiene un hermoso trasfondo totalmente irviniano. A saber: fue escrito tras el anuncio de su tercer hijo, Everett, el más próximo --que además actualmente estudia en Barcelona-- de su condición homosexual.
--Toda la novela parece guiada por la idea de que no es la anatomía, ni las reglas sociales, sino el deseo lo que marca la identidad sexual. ¿Es así?
--Es verdad. Los hombres y las mujeres heterosexuales no necesitan reflexionar demasiado sobre su sexualidad. Pero los gais, las lesbianas y los transexuales deben afrontar que son personas que no desean aquello que el resto desea. Ellos deben hacer un esfuerzo mayor respecto a su propia identidad.
--¿Le parece el panorama actual más permisivo?
--Sí, por supuesto. Por eso escogí situar la acción de la obra en los años 50, en mi propia generación, cuando un gay, una lesbiana o un transexual --lo que la corrección política de hoy llama transgénero-- tenía muchos más obstáculos, incluido mucho odio dirigido a uno mismo, mucho miedo a ser impopular o a ser rechazado incluso por las personas que se suponía que le amaban.
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