El finlandés Klaus Härö utiliza cadencias lentas y mesuradas para trazar la difícil aunque totalmente predecible conexión entre dos personajes antagónicos que funcionan a modo de estudio sobre la soledad, la redención y el poder de la fe. Lo que evita que la película se abandone al más convencional sentimentalismo es, por un lado, la impasibilidad y crueldad que un personaje muestra por el otro, su benefactor, y, por otro, la falta de insistencia del director en los antecedentes de ambos, que hasta la secuencia final solo resultan sutilmente insinuados.Al final la película cede a las tendencias manipuladoras que había evitado escrupulosamente durante 50 de sus 74 minutos, pero incluso así es difícil de rechazar su fuerza emotiva.
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'Cartas al Padre Jacob': Entre lo sobrio y lo sensiblero
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