Hay gente que no debería salir de casa por el bien de la sociedad. Pienso en personajes insufribles como el escritor francésMichel Houellebecqo el cineasta norteamericanoAbel Ferrara,borrachos de-sagradables y cargados de odio a la humanidad que, curiosamente, aceptan cualquier invitación a certámenes y congresos en los que poderles hacer la vida imposible a los organizadores, que solo respiran cuando consiguen meterles en el avión de vuelta a sus escondrijos, preferiblemente a patadas.
En cierta medida, el granLou Reed milita también en ese colectivo, aunque ya no tiene la excusa del alcohol y las drogas para disculpar su natural desagradable. Hace años, hablando con Gay Mercader sobre el tema de las estrellas del rock y las drogas, mi amigo el promotor me dijo que, de todos los ídolos que había tratado, el único que era igual de inaguantable con drogas y sin ellas eraLou Reed. Y uno se pregunta: ¿por qué? ¡Pero si ese hombre solo tiene motivos de satisfacción! Vale que no da una a derechas desde el deslumbrante discoNew Yorkde principios de los 90, pero está vivo
-tras haber enviado a la tumba, con su irresponsable visión romántica de la heroína, a un montón de admiradores, entre ellos a dos buenos amigos míos-, parece gozar de buena salud y comparte su vida con la estupenda Laurie Anderson, esa mujer a un violín pegada que hace rap para personas con estudios.
Contemplo las fotos de su reciente estancia en Barcelona y veo que no tiene mal aspecto, dejando aparte que la cara se le ha convertido en una inmensa arruga y que le han crecido las orejas. Y aunque ya me tiene frito con su innecesaria reivindicación deEdgar Allan Poe-que empezó en el 2003 con un disco infame, The raven,y parece concluir ahora con un libro ilustrado porLorenzo Mattoti-, pienso que siempre es mejor ir de rapsoda que componer esos temas para perros que ocupan su tiempo últimamente o insistir en reivindicar Metal Machine Music, aquella pesadilla sonora que grabó hace un montón de años con la única intención de molestar a su discográfica.
Alegra esa cara, Lou, que no hay nada más patético que un jubilado de permanente mala uva.