Entrevista con el médico y escritor
Abraham Verghese: "Nunca tendré un hogar que sea el mío"
Etíope de padres indios afincado en EEUU, publica ‘Hijos del ancho mundo’, novelón sobre medicina y la Etiopía de Haile Selassie
El médico y escritor Abraham Verghese, en Barcelona, en 2010. / SERGIO LÁINZ
A lo largo de más de 600 páginas 'Hijos del ancho mundo' (Salamandra) recorre la India, Estados Unidos y Etiopía para contar la vida de Marion y su hermano gemelo, ambos médicos y nacidos en el hospital de una misión etíope en la era del emperador Haile Selassie. Son hijos de un cirujano británico que desaparece cuando la madre, una monja india muere en el parto. Verghese traslada a la ficción su propio recorrido geográfico y vital: de padres indios, nació y creció en Adís Abeba, de donde se vio obligado a emigrar a EEUU cuando el Gobierno militar que derrocó a Selassie cerró las universidades y envió a los intelectuales al campo. Estudió Medicina en la India y hoy vive, ejerce y da clases en Palo Alto (California).
En el libro se pregunta «¿qué tratamiento de urgencia debe aplicarse en la oreja de un enfermo?». La respuesta es: «palabras de consuelo».
La cercanía con el paciente es el ideal de lo que médicos queremos que sea la medicina, cada vez más amenazada por la tecnología. A mis alumnos les digo que es un ejercicio muy humano que debe entender a otro ser humano. En EEUU empecé de ayudante de enfermería. Fue una de mis mejores experiencias porque vi lo que les pasa a los pacientes durante las 23 horas y 55 minutos en que el médico no está delante.
¿Y la reforma sanitaria de Obama?
Puede que deba sacrificar su carrera política para lograrla pero lo admiro por atreverse a ello. El único tratamiento al que tiene acceso la gente sin recursos son las urgencias; da vergüenza. Hasta ahora nadie ha querido tocar el tema porque es una industria enorme que genera muchísimo dinero y con la reforma muchos dejarán de cobrar.
Escribe sobre los 20 Rolls Royce de Haile Selassie y su chihuahua Lulú.
Me influenció mucho El emperador, de Kapuscinski. Era alguien de fuera que veía cosas que nosotros no veíamos. Recuerdo muy bien al perrito y a un tipo que llevaba 23 almohadas, cuyo trabajo era ponerlas debajo de Haile Selassie cada vez que se sentaba para que no pareciera tan bajito.
¿Cómo veía el pueblo a Selassie?
Para muchos era una gran persona, una gran figura que mandó a gente al extranjero a estudiar. Pero cuando volvían le veían como un dictador. Hizo cosas muy buenas, sobre todo si se compara con el Gobierno militar que lo derrocó. No era un tirano cruel, tenía buenas intenciones pero se hizo mayor, y muy rico.
Pero antes modernizó el país ¿no?
Sí, y trajo profesores. A diferencia de otros dictadores africanos, sus palacios y coches eran necesarios para su papel, que era un poco como el de la reina de Inglaterra. No era una figura cómica como Idi Amin. Selassie tenía dignidad y decencia. En 1931 habló en la Liga de Naciones, y dijo: ‘si dejáis que Mussolini invada mi país, mañana os pasará a vosotros’. Fue profético: luego llegó Hitler. Ayudó a Etiopía a pasar de un estado feudal a la era moderna.
¿Se siente un expatriado?
En EEUU siempre he sido consciente de ser un extranjero. Me he sentido bienvenido y acogido pero nunca sentí que fuera un hogar. Me enamoré de El Paso, en Tejas, porque al llegar tuve la sensación, por primera vez, de desaparecer, porque allí mi color de piel era como el de los mexicanos. Paradójicamente, luego viví en Sillicon Valley rodeado de asiáticos e indios como yo. EEUU es una gran mezcla de razas y culturas y aunque nunca tendré una casa, un pueblo que sea el mío, sí tengo un país.
¿Y cuál es hoy su país?
Creía que pertenecía a Etiopía porque hablaba bien el idioma, sentía que no era distinto de los demás y en la facultad era uno más. Hasta que muchos compañeros de clase eligieron luchar en la guerrilla contra el emperador y muchos murieron. Yo no quería, y me di cuenta de que no era tan nacionalista como ellos. El único país al que podría haber pertenecido si me hubiera criado en él es la India, donde estudié Medicina.
Su experiencia con enfermos de sida en Tennessee en los 80 le llevó a escribir dos libros de no ficción.
Era cuando se creía que el peligro estaba en las grandes ciudades pero yo tenía 100 pacientes en un pueblo de 50.000 habitantes. Era una historia de la emigración americana: un joven de un pueblo se marcha en busca de oportunidades o porque es homosexual y allí no puede vivir su vida. En la ciudad se topa con el virus y vuelve a casa enfermo. Quise contarlo, con toda la tristeza y las cosas positivas, como que el amor supera los prejuicios y la familia acoge a los hijos a pesar del estigma.
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