Todos los acontecimientos que han cambiado el mundo, y el cine, desde los años 50 parecen no haber causado efecto alguno sobre Jean Becker, que lleva años rodando historias humanistas, ebrias de sentimentalismo nostálgico y de una visión simplista y obsoleta de una Francia de postal. La Francia de la gente sencilla, cuya vida se alimenta de reuniones rituales en el bar, cháchara en la verdulería y otros ritos pequeños e inmutables. Aquí, un hombre iletrado pero de gran corazón conoce a una anciana en el parque. Ella le enseñará el placer de la lectura; él nos enseña la inteligencia emocional de la gente de campo, que según la retrata Becker es cateta, reaccionaria e inmovilista pero, eso sí, también muy auténtica y la mar de maja.
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Elogio de lo rancio, 'Mis tardes con Margueritte'
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