La incertidumbre siempre estuvo allí pero quisimos olvidarlo. Era más seductor buscar garantías de futuro para tener otro tipo de seguridad en nosotros mismos. Para fortalecer falsamente la idea de un mañana tranquilo tras un dramático pasado. Y nos obsesionamos en descuidar que fue aquella inseguridad convertida en aliciente la que nos dio la plenitud nunca antes alcanzada. Por algo Kant había concluido que la inteligencia del individuo se mide por la cantidad de incertidumbre que es capaz de soportar. Pero las teorías del filósofo no estaban en su mejor momento y el cambio de siglo y milenio no parecían tiempos propicios para él. Habíamos abrazado lo alternativo, la seudociencia y la autoayuda para tener la sensación de haber encontrado el manto protector que nos abrigaba. El equivalente a la falda de la madre a la que nos pegábamos de pequeños en momentos de temor. Y extendimos a nuestros hijos un certificado de garantía basado en la sociedad del consumo y la proyección tecnológica que les dio la inédita percepción de que nada de lo cotidiano podría confundirles. Antes de morir, el lúcido Isaac Asimov lo vio claro. Y desde la ciencia nos dejó pregunta retórica y respuesta clara: A cambio, ¿qué ofrecemos? Incertidumbre e inseguridad, sentenció.
LA CONTRA
Incertidumbre. La palabra
Todos estamos descubriendo a lo largo de estos meses, incluso aquel otro Iglesias, Julio, que la vida ya no sigue igual
Colas en un comedor social de Barcelona. /
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