Fíjense en la fotografía. Estaba en la portada de EL PERIÓDICO de hace dos semanas. También era sábado y la preocupación pandémica se cernía sobre la Comunidad de Madrid. Como hoy. Sus autoridades pedían “a la gente que se encierre en casa”, decía el titular. Y el vigilante, cual soldado del nuevo ejército de salvación, apuntaba a un joven impasible con lo más parecido a una arma. El impacto visual estaba garantizado. Y la preocupación que desprendía también. El celador enmascarado, calvo, brazo musculado tendido y mano enguantada, sostenía un termómetro. El detector de la falsa verdad al que nos someten cuando entramos en cualquier recinto. Sea lugar de trabajo, gimnasio, estación, aeropuerto o comercio significado. Como si la fiebre no hubiera existido antes del coronavirus y no fuera síntoma de nada más que de su amenaza. Sabemos, sin embargo, que este indicio no lo manifiestan ni todos los contagiados ni los asintomáticos. No importa. Nos sentimos mejor con esta intimidación. Como lo hacemos con el antifaz cuando compartimos charla callejera con los mismos amigos que estuvieron sentados a nuestro lado en la mesa del bar o restaurante donde disfrutamos animadamente desenmascarados un par de horas. O más.
Una foto de impacto
El peligro está en el aire
Sobre nuestras cabezas pende un gran signo de interrogación. Por lo que sufrimos. Por lo que pensamos y no siempre nos atrevemos a decir. No sea que fuera una inconveniencia
Toma de temperatura antes de hacer una prueba PCR en San Sebastián de los Reyes (Madrid). /
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