El periódico británico ‘The Times’ dio buena cuenta, mediante una extensa crónica ilustrada, de la partida de Napoleón rumbo al destierro definitivo desde el puerto de Plymouth, donde se enteró de que se lo llevaban a la isla de Santa Helena. Superado del enojo inicial, el emperador depuesto, ya casi calvo, con un mechón retador sobre la frente, se atrevió a formular dos preguntas: “¿Hay allí algún lugar para cazar? ¿Dónde residiré?”. Después de la retirada de Rusia (“Dieu me garde des russes!”), de la derrota en Waterloo y su abdicación en París, el pobre ‘Boney’ se había entregado a los ingleses en la creencia de que le dispensarían un trato clemente, tal vez una vida plácida en la campiña, y, sin embargo, lo despachaban al último confín de la Tierra, a un guijarro en medio del Atlántico, a unos 2.000 kilómetros de la costa surafricana, la tierra firme más próxima.
Historias
Napoleón en Santa Helena
El emperador depuesto, héroe de Austerlitz, fue a encontrar la muerte en el destierro, en una isla en mitad de la nada atlántica, a 2.000 kilómetros de tierra firme
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