Historias

El silencio de los pozos

Los reporteros Manu Leguineche y Jesús Torbado desenterraron en 1977 a los topos que resistieron la posguerra en escondrijos inverosímiles

Ilustración de Monra / MONRA

El topo común, sobre todo la hembra, suele ser tan solitario y huraño que rara vez se aventura a la superficie. Se pasa la vida excavando galerías subterráneas con las uñas, tris tras, tris tras, en busca de lombrices e insectos, guiado por el instinto, un fino sentido del tacto y el oído de los ciegos. Conforman su hábitat el silencio y la oscuridad húmeda, como sucedió tras la victoria franquista con centenares de hombres, escondidos en desvanes abandonados, en aljibes, pozos y conejeras, emparedados en alacenas, ocultos en falsos fondos de armarios, en tejados, maizales y estercoleros. El terror a las cunetas, al tiro en la nuca, los mantuvo aferrados al olvido. Muertos en vida.