Corría el mes de marzo de 1938 cuando del empeño de un ingeniero en continuar la perforación de un pozo cuyo abandono estaba decidido surgió un chorro de petróleo en la desolada región saudí de Al Hasa que iba a cambiar para siempre el destino del que hasta entonces había sido un pueblo beduino y a transformar ese inmenso país desértico y pobre que ocupa la mayor parte de la península arábiga en el segundo productor mundial de crudo y primer exportador, con una cuarta parte de las reservas mundiales bajo su subsuelo. Desde entonces y durante varias décadas, el petróleo ha sido el maná sobre el que el país ha edificado casi exclusivamente su inmensa riqueza y sobre el que ha construido sus relaciones internacionales. Hasta hoy, cuando el reino de los Saúd, gracias a los petrodólares, lleva años financiando una profunda diversificación económica e industrial para hacerse menos dependiente del crudo, en un mundo en que los combustibles fósiles están condenados a desaparecer.
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Arabia Saudí, la mutación del gigante petrolero
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