Cafer, sesentón barrigudo de sonrisa larga y fácil, tiene problemas muchos días para conciliar el sueño. Se pregunta qué le ocurrirá a su pueblo y a él mismo. "No sé, creo que lo perderemos todo", suspira. Está jubilado, pero con su exigua pensión no le llega y necesita los olivos. "Estos olivos son la única fuente de ingresos del pueblo. Todos nosotros... todos somos agricultores aquí. Nuestra única fuente. Y ahora, con todas estas expropiaciones, de verdad que no sabemos cómo vamos a poder sobrevivir", dice Cafer con una mueca irónica. A su alrededor, olivos centenarios; algunos tan cargados que sus ramas llegan al suelo por el peso de las aceitunas. Es finales de otoño en el pueblo de Dikmece, cerca de la ciudad de Antioquía, en el sureste de Turquía, y la época de la cosecha termina.
Nueve meses después
La reconstrucción tras el terremoto en Turquía: un pueblo contra Erdogan y su fiebre del ladrillo
Un vecino de la población turca de Dikmece contempla las obras, en el centro del pueblo. /
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