La ciudad vieja de Jerusalén tiene una virtud: es capaz de morirse y resucitar casi a la misma velocidad, en función de las condiciones de seguridad que imperan fuera de sus murallas. El milagro hecho ciudad. Y estos días está medio muerta. Con sus calles en penumbra semivacías y las persianas verdes de muchos comercios bajadas. No hay sangre sobre el asfalto en la calle de las carnicerías. Los comerciantes palestinos que viven al otro lado del muro israelí han vuelto a ver sus permisos de acceso restringidos. Turistas y peregrinos han puesto tierra de por medio. Solo quedan sus estoicos residentes. Monjas griegas de riguroso luto camino del Santo Sepulcro. Escolares uniformados que trotan por las piedras como cervatillos. Fruteros musulmanes que dormitan deprimidos. Y estudiantes talmúdicos que atajan dando saltos por los tejados de camino de las ‘yeshivas’ del barrio judío.
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El estatus quo de Jerusalén: un polvorín de frágiles equilibrios amenazado por la guerra
Niños palestinos corretean por el barrio cristiano de la ciudad vieja de Jerusalén a la salida del colegio.
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