Se trata de una transacción brutal, sin lisonjas o paños calientes. El Gobierno africano de turno recibe protección y garantías de seguridad, y la milicia mercenaria fundada por Yevgueni Prigozhin se apropia de los recursos que le interesan, en la mayoría de los casos yacimientos mineros, que explota mediante sociedades pantallas y comercia libremente, sin ningún tipo de supervisión estatal. Los métodos para apuntalar dicho intercambio son eficaces y expeditivos: por un lado la propaganda, con compra de manifestantes y periodistas incluida, y por otro el terror indiscriminado, con gravísimas acusaciones de atrocidades y hasta mutilaciones cuando las poblaciones locales ofrecen resistencia y no aceptan los términos del pacto.