A finales de 2017, tres años después de haberse anexionado Crimea y hecho suya la batalla de los separatistas del Donbás, Vladímir Putin viajó hasta el puerto siberiano de Sabetta para despedir al primer buque metanero de la recién estrenada terminal de Yamal LNG, una de las mayores plantas de producción y licuefacción de gas del mundo. "Es un gran día para nosotros", dijo exultante el presidente ruso. No era para menos. Tras muchas dudas sobre su viabilidad, el proyecto había vencido las inhóspitas condiciones del Ártico y las sanciones impuestas por Estados Unidos. Tanto los plazos como el presupuesto previsto se habían cumplido. El sueño de Putin para competir también con los grandes exportadores mundiales de gas natural licuado (GNL) estaba un poco más cerca.
Mercado de la energía
Cómo llega al Kremlin y sus oligarcas el dinero del gas ruso exportado a España
La planta de gas natural licuado de Yamal, en Sabetta, en la costa ártica. /
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