En el restaurante de Haddy Ndure es imposible mantener una conversación fluida. Cada pocos minutos cruza la puerta, que está siempre abierta, una mujer africana vestida con sus mejores galas e interrumpe el diálogo con su arrollador desparpajo. “Hermana, ¿cómo estás? ¿Hoy has podido salir?”, se preguntan entre abrazos. Es domingo. Para muchas de estas mujeres, son sus únicas horas de libertad de la semana. Es un tesoro de valor incalculable. Durante el resto de días, trabajan en hogares libaneses donde cocinan, limpian, compran y cuidan a familias enteras, en muchas ocasiones, sin recibir nada a cambio. “Cuando yo trabajaba bajo contrato como empleada doméstica, no nos dejaban salir nunca”, le comenta Haddy a Aisha, su madrina senegalesa que lleva 25 años en el Líbano. “También es verdad que no había lugares como este donde encontrarnos”, reconoce aliviada.
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Crónica desde Beirut: rincones de África y consuelo
Algunas extrabajadoras domésticas migrantes han conseguido crear espacios de ocio para que la comunidad se encuentre y se sienta más cercana a sus países natales
El restaurante Haddys Afro House. /
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