Avanzaron a tientas, bajo la vigilancia de águilas arpías. Los capibaras, como se conocen a los roedores más grandes del mundo, a veces les mordían los talones. Escucharon ladridos de perros salvajes: un posible desastre en ciernes. No el único. Bajo olas de calor que encendían la piel esquivaron alacranes, ranas y hormigas venenosas, serpientes, jaguares e insectos trasmisores del dengue, la malaria o el chikungunya. El Servicio Nacional de Migración panameño ha contabilizado que 45.727 migrantes irregulares, casi todos latinoamericanos, han cruzado bajo esas condiciones la selva conocida como el tapón del Darién en lo que va del presente año. Lo hicieron sin girar sobre sus talones, encomendándose a un cielo que la fronda oculta, con el único anhelo de llegar a Estados Unidos.
Crisis regional
La selva del Darién: el infierno que cruzan los migrantes latinoamericanos antes de llegar a Estados Unidos
La espesa frontera de 575.000 hectáreas que separa a Panamá de Colombia entraña la amenaza de animales peligrosos y bandas criminales
Migrantes hacen fila para ser enviados a una estación de recepción migratoria (ERM) de San Vicente en Metetí, en Bajo Chiquito (Panamá), el primer pueblo al que llegan los migrantes irregulares tras atravesar el Tapón del Darién. /
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