A una semana de haber retornado a la presidencia, Luiz Inacio Lula da Silva no solo intenta borrar las huellas más agraviantes del pasado bolsonarista sino de administrar los desafíos de un presente marcado por la desigualdad en la relación de fuerzas. El tercer mandato del exsindicalista comenzó en Brasilia bajo un sol radiante que permitió iluminar mejor el poder de los símbolos diseminados. Lula recibió los atributos de mando de un niño, un indígena, un negro, una mujer, un trabajador y un discapacitado: parte de los grandes perdedores durante el Gobierno de ultraderecha. "Una buena emoción lava el alma. Incluso sabiendo que puede ser efímera, que hay, detrás de ella, una voluntad de creer en algo que puede no ser cierto", dijo Jorge Coli, columnista del diario Folha de San Pablo, sobre la fuerza inaugural que ha irradiado esa imagen. Todo fue más efímero de lo pensado. La misma escenografía festiva del 1 de enero devino, ocho días después, el territorio de la primera crisis de Gobierno con la embestida de la ultraderecha con banderas verdes y amarillas y carteles que pedían una intervención militar.
Complejo relevo en el país suramericano
Lula, atrapado entre los anhelos de cambio y los riesgosos límites que impone la realidad
A una semana de haber asumido el cargo, el presidente de Brasil comienza a administrar como equilibrista las contradicciones de su Gobierno
Lula durante su investidura. /
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