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Crónica desde Beirut, hogar de mil contrastes

Ciurdad refugio para distintos pueblos, la multicultural capital libanesa concentra lo bello y lo mísero del país

Iglesias y mezquitas en Beirut. / ANDREA LÓPEZ-TOMÀS

Bajo su embrujo, hasta su nombre sabe dulce. Es Beirut. Pero la fascinación compartida por la capital libanesa despierta reproches entre su población. “Beirut no es el Líbano”, insiste incesantemente cualquier libanés. Y es cierto. Beirut no es el Líbano, pero todo lo bello y lo mísero del país habita en la ciudad. Su multiculturalidad y su amalgama de poblaciones refugiadas, castigadas, ignoradas llegan hasta la capital, tierra fértil para florecer. Los beirutís están hartos de oír hablar de su ciudad como la de los mil contrastes. Pero ellos, la mayoría, también llegaron algún día hasta esta urbe a orillas del Mediterráneo, cayeron en su encanto y ya nunca la dejaron. Caprichosa como ninguna, Beirut los recibe a todos pero no es de nadie.