Cuando, de repente, en un bar se va la luz, nadie deja de hablar. Todo sigue como si la electricidad continuara funcionando. Ni se inmutan. No se detienen las conversaciones. “Bienvenidos al Líbano”, dicen con sorna los locales a los turistas alarmados por la negrura que invade de pronto el lugar. En el local contiguo, tampoco hay electricidad pero eso no impide la sucesión de brindis, carcajadas y confesiones a lo largo de esta bulliciosa calle de Beirut, donde ahogar las penas en alcohol. Y es que los libaneses son un pueblo acostumbrado a la oscuridad. No les queda otro remedio. En un país con menos de dos horas de electricidad proporcionada por el gobierno al día, más de cuatro millones de personas tratan de vivir en dignidad.
Debacle económica
La vida en la oscuridad del Líbano
En un país con menos de dos horas de electricidad pública al día, la ciudadanía busca alternativas para desarrollar sus días en dignidad
“Hace un par de semanas que el gobierno no nos provee de luz, así que dedico mis días a limpiar y rezar”, cuenta una anciana libanesa
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