Guerra de Ucrania

La Cruz Roja supera los 2.000 refugiados ucranianos alojados en Catalunya

  • En tan solo un día, cerca de 1.000 personas han sido atendidas en los puntos de llegada que organiza la oenegé en Figueres, El Prat, Sants y Barcelona

  • "¿Y ahora qué?", se preguntan varias familias que, ansiosas, esperan una cita para saber los derechos a los que podrán acceder en Catalunya

Colas de refugiados este martes en La Verneda para tramitar los papeles. / Manu Mitru

"Estamos en la fase de emergencia extrema", sentencia Ramon Jané desde el punto de acogida de niños y mujeres ucranianos en la estación de Sants. Es el coordinador de la Cruz Roja en Barcelona y quien está al frente del dispositivo dónde llega el principal flujo de refugiados ucranianos en Catalunya.

En Sants, en el aeropuerto del Prat, en la estación del AVE de Figueres y en la sede de la Cruz Roja en Catalunya han atendido casi a un millar de personas durante este martes. Uno de ellos, el pequeño Alexei, de dos años que juega con un coche de formula uno tumbado en el suelo de la estación. "No puede más, no podemos más", sentencia su madre, agotada tras diez días de travesía. Los que ya llevan días aquí se preguntan angustiados qué les va a deparar el futuro. "¿Y ahora qué? ¿Qué pasará con nostros?", se pregunta Mariia Biletska, junto con decenas de compatriotas, que piden cita para pedir asilo, o refugio, en la comisaría de la Policía Nacional de La Verneda.

El niño arrastra un cochecito rojo, estirado en el suelo. Tiene la cabeza agachada, y suelta un bostezo. Alexei tiene dos años y ya sabe lo que es la guerra, lo que son los disparos. Vecino de Járkov, estuvo una semana encerrado en un sótano con su madre. "No estamos contentos de llegar a Barcelona, en nuestra casa éramos felices. Pero al menos no caen bombas y nadie te dispara... todavía estamos temblando del susto, sobre todo cuando oímos un ruido fuerte", afirma la madre, Kate. Lo demuestra cuando el pequeño oye el 'click' de la cámara. Un sutil movimiento. "Lo siento, es que estamos agotados", sigue Kate, de 28 años. Estuvieron tres días en Lviv, la ciudad al oeste dónde se suponía que no iban a ser atacados. Luego les tocó pasar por Premsyl, Varsovia, Berlín, Frankfurt, Avinyó y Montpeller, hasta llegar a Barcelona. Kate viaja con su prima, Diana, que es madre soltera de Alyna, una pequeña de la misma edad que Alexei. "Falta mi marido, que está en el frente", explica Kate. Muestra una foto en el móvil de un hombre con un pasamontañas y un fusil.

En la foto Diana y su hija Alyna que van a Málaga y llevan 10 días de viaje.

/ Elisenda Pons

Alojados en hoteles

Kate y Diana tienen previsto llegar hasta Málaga, donde les va alojar un tío que vive allí. El tren hasta Andalucía, el último al fin, sale mañana a las ocho, así que esta noche la pasarán en un hotel habilitado por la Cruz Roja. Como ellos, un centenar de personas aguardan en los bancos de la estación esperando un lugar donde dormir. Al día, son unas 300 personas las que pasan por la estación de Sants, de las cuales 150 necesitan alojamiento de la oenegé. En lo que llevamos de conflicto, son más de 2.000 los que están atendidos en estos alojamientos. "Tenemos un acuerdo con el Ministerio de Migraciones y seguiremos acogiendo a través de los hoteles", cuenta Jané, que insiste que la principal necesidad de la entidad es en encontrar traductores voluntarios de ucraniano. "El impacto emocional y el cansancio que llevan es enorme, y es importante poder relacionarnos en su lengua", prosigue Jané.

Pero el de Sants no es el único lugar donde la Cruz Roja está atendiendo a los refugiados. También en la sede central de la entidad, en la calle Joan d'Àustria de Barcelona, no dejan de llegar familias que han huido de la guerra y no saben dónde caer. "Nosotros estamos en casa de una amiga, pero en diez días nos echan y no sabemos hacia dónde tendremos que ir", suspira Marina, junto a su amiga Irina i Marina. A ellas la guerra le pilló de vacaciones en Barcelona, pero ya no pueden volver a casa. Salen del centro esperanzadas. "Nos han dicho que no nos preocupemos, que encontraran un lugar para nosotras", afirma Marina. La calle está repleta de coches y furgonetas con la matrícula ucraniana. No dejan de llegar familias con el maletero y los sillines abarrotados de ropa y objetos que ya son recuerdos. Allí los voluntarios de la entidad les dan comida caliente, les hacen un primer chequeo documental, y juegan con los pequeños. "Es una forma de que no se olviden que son niños", cuentan desde la entidad.