Testimonio

Diario de un refugiado afgano en Barcelona: "Aquí estoy y este es mi hogar ahora"

  • El periodista Feridoon Aryan, su mujer y sus hijos fueron evacuados de Pakistán tras huir de Kabul después de la captura de la capital por parte de los talibanes

  • Esta es la crónica sentida y personal de lo que se han visto obligados a dejar atrás y de un futuro con "esperanza" en la ciudad que les ha acogido

El periodista afgano, Feridoon Aryan, el pasado mes de octubre en Barcelona. / ELISENDA PONS

Pensaba que el año 2021 traería consigo menos miseria, muerte, destrucción e infelicidad que la que los afganos habíamos sufrido y nos habíamos acostumbrado en los últimos 40 años. Pero, por desgracia, no fue así. El 15 de agosto, estas fuerzas atrasadas, extremistas, malvadas y brutales llamadas talibanes entraron una vez más en Kabul, y anularon con su ira nuestros sueños y aspiraciones, los míos, los de mi familia, los de 39 millones de afganos y nos forzaron a dejarlo todo y a todos para estar seguros. Un par de miles de afganos hemos sido afortunados y pudimos escapar, pero millones enfrentan bajo sus garras humillaciones, torturas, hambre, y muertes cotidianas. Pasamos un mes en Pakistán en una habitación alquilada, saliendo solo para llamar a la puerta de las embajadas. Nos habían prometido que nos evacuarían si conseguíamos salir de Kabul y llegábamos a un país tercero en el que poder darnos un visado para concedernos el estatuto de refugiado. Lo intentamos numerosas veces. Esperamos con ansiedad noticias de estos países amigos. La suerte nos sonrió cuando, gracias al Gobierno de España y a unos buenos amigos de Catalunya, conseguimos salir de esta situación inmensamente estresante y pudimos abandonar Pakistán y llegar a Madrid el 12 de octubre de 2021. Pasamos la primera noche a salvo y sin miedo a ser perseguidos, pero me había convertido oficialmente en un refugiado. Me decía que todo era una pesadilla, que estaba durmiendo en la acogedora habitación de mi casa en Kabul y que nada de todo eso era real. Intenté dormir, pero no podía vencer la agonía y el dolor que me partían el corazón, me quebraban el espíritu, me hacían jadear para respirar. Me sentía roto, con el orgullo despedazado, vacío e inútil, sin ningún sentido de pertenencia. No pude pegar ojo esa noche. Estuve completamente despierto, confuso, sabiendo que me había convertido en una persona preocupada y sin hogar. ¿Por qué merecíamos ese destino? Intenté calmarme pensando en el futuro, en mis hijos, en protegerlos y hacer posible que crezcan en un nuevo lugar, con esperanza y una sonrisa en los labios, a salvo de sentirse atenazados por el horror.