“Hay demasiado miedo. Y como todo está controlado por la policía cuesta mucho salir”. Antonio, un pseudónimo para proteger la seguridad de este activista veinteañero, camina por las calles paralelas al Capitolio de La Habana, custodiado a lo largo de todo su perímetro por militares cada 30 metros. Las calles aledañas permanecen cerradas con llamativos precintos amarillos y supervisadas por decenas de oficiales que se disputan las esquinas donde hay algo de sombra. Como muchos otros activistas, Antonio sale de casa con un callejero alternativo al habitual en la cabeza: hay que evitar las arterias principales de la capital cubana donde cada esquina está vigilada por policías, tanto uniformados como de civil, desde las protestas antigubernamentales que sacudieron todo el país el 11 de julio. Este joven gay, militante de los derechos de la comunidad LGTBIQ+, participó en la sentada que aquel día decenas de personas protagonizaron ante la sede del Instituto Cubano de Radio y Televisión, el ente informativo controlado por el partido único que gobierna Cuba desde el triunfo de la revolución en 1959.
Crisis cubana
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