Sin el boato de la Casa Blanca, el botón nuclear, la cuenta de Twitter y el Air Force One, Donald Trump parece un tipo normal, casi un don nadie. Uno de los peligros sería convencernos de que estos cuatro años fueron una pesadilla, pretender que nunca sucedió y seguir con la vida repitiendo el mantra de que la democracia ha prevalecido, de que ganaron los buenos. Ni mil órdenes ejecutivas firmadas por Joe Biden modificarán la realidad de una América dividida y asustada en la que una parte de la población cambió la verdad por el fanatismo, un mal asunto en un país que tiene en circulación más armas de fuego que ciudadanos. El mal es sistémico, se llama supremacismo blanco, una sucursal del fascismo.
EL ANÁLISIS DE RAMON LOBO
Después de Trump, el dinosaurio sigue ahí
La democracia de EEUU sigue en peligro puesto que los supremacistas no han desaparecido sino que solo se han retirado para preparar el contraataque
Uno de los partidarios del presidente de EEUU, Donald Trump, durante el asalto al Capitolio. /
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