"Lo siento, pero no tengo derecho a hablar". Tajante, aunque con buenos modales, responde uno de los empleados de cocina del hotel Xander de Tomsk cuando se le inquiere por Alekséi Navalni, el bloguero anticorrupción que durmió en este establecimiento en las cuatro noches previas a su hospitalización por envenenamiento a mediados de agosto. "¡Estoy trabajando!", contesta, aquí ya malcarada, una joven morena, empleada del Viénskaya Kofeina (en ruso, Café Vienés), el único bar del pequeño aeropuerto local en el que el opositor se tomó su último té antes de embarcar en un avión de la compañía aérea 'S7 Airlines' con destino a Moscú. "No, no me acuerdo de nada", replica con indiferencia la encargada de la aerolínea en los mostradores de facturación, mientras su subalterna hace un alto en el despacho de pasajeros del mismo vuelo que semanas atrás tomó el disidente, levanta la mirada y esboza una sonrisa, identificable pese a la mascarilla.
ACOSO A LA OPOSICIÓN EN RUSIA
Las últimas horas de Navalni antes del Novichok
Los empleados del hotel Xander de Tomsk, el lugar donde fue envenenado, y del aeropuerto local, donde tomó el vuelo con destino a Moscú, han recibido instrucciones de no responder a ninguna pregunta
El opositor ruso Alekséi Navalni, en una manifestación en Moscú en septiembre del año pasado. /
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