El último gran conflicto de la guerra fría

EEUU y la URSS sentaron las bases de la división de Corea, un conflicto que sigue sin resolverse más de 70 años después

Soldados surcoreanos patrullan la frontera con Corea del norte cerca de Panmunjom. / AP / AHN YOUNG-HOON

El 10 de agosto de 1945, un día después de que Estados Unidos lanzara la bomba atómica sobre Nagasaki, la Administración de Harry Truman convocó una reunión cerca de la Casa Blanca para discutir sus planes en Asia ante la inminente rendición japonesa. Las tropas soviéticas acababan de invadir la Manchuria china y el norte de Corea, parte del moribundo imperio nipón, y en Washington urgía una estrategia para lidiar con la península e impedir que quedara bajo control de Moscú. Corea había estado hasta entonces fuera del radar estadounidense. "Ningún oficial había sido entrenado (para administrarla) ni se había trazado ningún plan", escribe Don Oberdofer en el clásico ‘The Two Koreas’. Pero, aquella noche, dos jóvenes coroneles del Pentágono determinarían su futuro al dividir el país de un plumazo en dos zonas de ocupación.

Echando mano de un pequeño mapa de National Geographic, el futuro secretario de Estado, Dean Rusk, y el futuro comandante en Corea, Charles Bonesteel, seccionaron el país a la altura del paralelo 38. "Trabajando con prisa y bajo una gran presión, se nos encomendó una tarea formidable: elegir una zona para la ocupación estadounidense", escribió Rusk en sus memorias. No sabían que esa era la misma demarcación que Rusia y Japón habían discutido a principios del siglo para repartirse la península en zonas de influencia, pero la propuesta, que dejaba la capital en poder de EEUU y partía el territorio prácticamente por la mitad, terminó prosperando. “Nuestros comandantes la aceptaron sin demasiadas discusiones y, sorprendentemente, también lo hicieron los soviéticos”.

Ese fue el principio de la partición de un país que había vivido bajo un solo gobierno centralizado durante los 13 siglos anteriores. Un país que quedó enredado en el gran juego de la guerra fría tras cuatro décadas reducido brutalmente a simple colonia japonesa. Las dos grandes superpotencias escogieron a sus respectivos líderes. En 1948 se declaró en el sur la República de Corea, encabezada por Syngman Rhee, un cristiano converso y furibundo anticomunista que pasó buena parte de la ocupación japonesa en el exilio y regresó al país en un avión militar estadounidense con títulos de Harvard y Yale en la maleta. Menos de un mes después, se proclamó en el norte la República Popular Democrática de Corea. Stalin escogió a Kim Il Sung para presidirla, el padre de la dinastía que dirige su nieto, un guerrillero que luchó contra los japoneses en China y pasó la segunda guerra mundial en campos de entrenamiento soviéticos en Rusia. Ambos aspiraban a reunificar el país.

Lo que sucedió fue todo lo contrario. Después de que se marcharan las tropas de sus respectivos patrones extranjeros, comenzaron las primeras escaramuzas de una guerra civil entre comunistas y capitalistas. Una guerra que no tardó en adquirir dimensión internacional cuando el Norte invadió el Sur en 1950 con apoyo de Moscú. "EEUU sintió que su credibilidad estaba en juego, solo dos años después de crear la República de Corea. Pensó que, de no intervenir, perdería la confianza de sus aliados y envalentonaría a sus enemigos”, dice el historiador de la universidad de Georgia, William Stueck.

Conocido como el "conflicto olvidado" en EEUU, por la censura impuesta a su cobertura, aquella fue una guerra increíblemente devastadora. Durante tres años, enfrentó a chinos, soviéticos y norcoreanos contra estadounidenses, surcoreanos y una coalición de 20 países bajo bandera de Naciones Unidas, la primera vez que el organismo creado para el mantenimiento de la paz tomaba las armas.

Armisticio y sin tratado de paz

Técnicamente el conflicto acabó en tablas, con un armisticio y sin tratado de paz. Cuando callaron los fusiles en 1953, habían muerto más de dos millones de coreanos, cerca del 10% de la población de la península. Unos 600.000 chinos, 36.000 estadounidenses y unos 3.000 soldados de la ONU, según las estimaciones. Hubo cinco millones de refugiados. La destrucción desde el aire fue masiva, particularmente en Corea del Norte y fruto de los bombardeos norteamericanos. Documentos oficiales de su Fuerza Aérea sostienen que las ciudades del Norte registraron mayor devastación que las alemanas y japonesas durante la segunda guerra mundial, una campaña que algunos observadores describieron como de “exterminio”.

Los líderes del Norte, que pasaron parte de la guerra agazapados en cuevas, nunca lo olvidaron. "Fue una experiencia muy dramática para ellos", dice el historiador Stueck. “Desde el final de la guerra temieron que EEUU volviera a lanzar otro ataque masivo desde el aire, así que concluyeron que la mejor manera para prevenirlo era hacerse con armas nucleares!. Su programa atómico arrancó en los años cincuenta con la ayuda soviética, aunque no fue hasta 2006 cuando Pionyang detonó de forma controlada su primera bomba nuclear.

La amenaza estadounidense nunca se fue. A partir de 1958, Washington desplegó en el Sur cientos de bombas nucleares, que no fueron retiradas hasta 1991, cuando Bush padre ordenó el repliegue del arsenal atómico de combate en todo el mundo tras el colapso de la URSS. Pero el paraguas atómico para Seúl se mantuvo. Y lo hizo con el sobrevuelo de bombarderos B-1 y la navegación de submarinos Tridente. También durante las presidencias de Obama y Trump.

En Corea del Sur quedan además unos 20.000 militares estadounidenses, a pesar de que presidentes como Carter contemplaron seriamente su retirada. Nada de eso justifica el totalitarismo impuesto por la dinastía Kim, que durante décadas tuvo su espejo en los regímenes autoritarios del Sur, pero sí que sirve para comprender la paranoia de sus líderes y las dificultades que comporta el pretendido desarme norcoreano