CRISIS POLÍTICA EN BRASIL

Lula entra en el Gobierno de Rousseff para esquivar la justicia

El expresidente brasileño adquiere fueros especiales que lo blindarán de las acusaciones en su contra en el marco de la causa de Petrobras

Rousseff (izquierda) junto a Lula, en el Congreso Nacional de la Central Única de Trabajadores (CUT), en Sao Paulo, el 13 de octubre. / EFE / SEBASTIAO MOREIRA

En el quizá sea su mayor desafío político, el expresidente de Brasil Luiz Inacio Lula da Silva aceptó convertirse en el “superministro” y algo más que la mano derecha de la presidenta Dilma Rousseff  para tratar de evitar el anunciado naufragio político de su Gobierno. Lula, quien también ha sido arrastrado por el escándalo de la petrolera brasileña Petrobras, asumirá como jefe de la Casa Civil (Ministerio de la Presidencia) el próximo martes. “Será el ministro de la esperanza”, se apresuró en augurar Rui Falcão, el presidente del Partido de los Trabajadores (PT).

El líder del bloque de Diputados del PT, Afonso Florence, dijo que la entrada de Lula en el Gobierno ha sido decidida “única y exclusivamente con el objetivo de poner fin a la crisis”. Florence descartó que Lula, hasta hace poco la figura más popular del país, y en la actualidad con niveles de desaprobación que rozan el 50%, se proponga frenar las investigaciones judicial en su contra o las que involucran a otros integrantes del Gobierno o el PT.

Días atrás, Lula fue llevado por la fuerza pública a declarar en una dependencia policial, en el marco de la causa que investiga el juez de provincias Sergio Moro. Una semana después, la fiscalía pidió su prisión preventiva tras una nueva denuncia por supuestos delitos de lavado de dinero y falsedad documental.

EN MANOS DEL SUPREMO

Al asumir como ministro, Lula adquirirá fueros de privilegio. La causa que lleva adelante el mediático Sergio Moro quedará en manos del Tribunal Supremo. “Huye por la puerta de atrás”, se mofó el diputado Antonio Imbassahy, del PSDB (centroderecha). Pero Lula tiene objetivos que van más allá de sus urgencias personales: debe salvar a un Gobierno que no puede detener su hundimiento, recomponer la bancada parlamentaria y aventar el peligro del juicio político de una Rousseff que, el pasado domingo, afrontó inéditas manifestaciones callejeras en su contra.

Todo parece indicar que Dilma, para impedir el desenlace tan anticipado (y querido por la oposición y buena parte de los medios de prensa), se conformará con desempeñar las formalidades presidenciales. Rousseff dejaría que su mentor funcione en los hechos como la cabeza del Gobierno. “De nada le valdrá esto: el capital de Lula ha sido cotizado en las calles”, profetizó el diputado Rubens Bueno. “Dilma arrojó la toalla”, observó por lo pronto el diario 'Estado'. Para Dora Kramer, una de las columnistas de ese diario de Sao Paulo, la entrada de Lula en la Casa Civil se parece a un “milagro de difícil concreción” después de las confesiones judiciales de expetistas que complicarían más al expresidente y su heredera, entre otros.

Una bomba de relojería

El expetista Delcidio Amaral, líder del Gobierno en el Senado hasta su arresto, en noviembre pasado, en el marco de la resonante Operación Lavado Rápido, aceptó cierta benevolencia judicial a cambio de contar lo que dice saber. El escándalo ha ganado mayor volumen noticioso después de conocerse su “delación premiada”. Amaral no solo apuntó contra Lula da Silva y Dilma Rousseff, sino contra importantes opositores, entre ellos Aécio Neves, quien intenta liderar los movimientos en favor del juicio político de la presidenta. Su testimonio fue calificado de bomba de relojería. El Procurador General, Rodrigo Janot, no descartó que el testimonio de Amaral habilite otras investigaciones contra Rousseff. “Nadie tiene aquí un privilegio diferenciado. Estamos en una república”, afirmó.