En una emulación de lo ya experimentado en Crimea, con el añadido de los tiros y las bombas que desde abril han acabado con 4.000 vidas, este domingo los líderes separatistas de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Luganks han celebrado unas elecciones presidenciales y legislativas con las que han ratificado, urnas de por medio, el poder que de facto llevan meses ejerciendo en la región.
Según los sondeos a pie de urna difundidos por los secesionistas, Alexander Zajárchenko, el exjefe de una unidad paramilitar ya autoproclamado primer ministro de la República Popular de Donetsk, ganó con el 81% de los sufragios las elecciones presidenciales en la provincia. Y, de igual forma, aunque al cierre de esta edición no había datos sobre Lugansk, todo apunta a que allí el ganador es otro de los señores del Donbass: Ígor Plotnitsky, admirador de Lenin y presidente de la administración rebelde.
Fue el epílogo de una jornada electoral en la que, tal y como pudieron comprobar varios testigos presentes en la zona, los colegios electorales abrieron temprano, a las ocho de la mañana, escoltados por insurgentes armados con rifles y ametralladoras, que vigilaron durante toda la jornada las votaciones.
Más inquietante fue, sin embargo, la llegada a Donetsk en las últimas horas de algunos lanzamisiles Grad y de decenas de camiones Kamaz -sin placas de identificación-, varios de los cuales resultaron vehículos para el transporte de gasolina. Circunstancias, estas, que llevaron al Gobierno ucraniano a apuntar, nuevamente, el dedo contra Moscú. «Hay un intenso despliegue de equipos y tropas desde Rusia hacia la zona de los rebeldes», sentenció el portavoz del Consejo de Seguridad y Defensa ucraniano, Andriy Lysenko. Más contundente fue el presidente ucraniano, Petró Poroshenko, que calificó de «farsa con tanques y a punta de pistola» esas elecciones. Mientras, desde Rusia, el Gobierno de Vladimir Putin avaló la votación. «Reconocemos estas elecciones», dijo Mijail Markelov, un parlamentario pro-Kremlin.
Sin registros electorales
En las sedes electorales de Donetsk y Lugansk solo se exhibieron pasquines con las biografías de los contrincantes y ningún programa electoral. No había ni registros electorales, razón por la que para acreditarse como electores y votar era suficiente mostrar el pasaporte. Y, de igual forma, también se destacó la ausencia de observadores reconocidos por organizaciones acreditadas, como la OSCE, los cuales se negaron a monitorizar los comicios. Eso sí, se reprodujo nuevamente la división que existe en la población civil, entre los que apoyan a la rebelión y los que no. Los primeros acudieron a votar argumentando que de esta manera Donetsk y Lugansk se legitimarán ante Kiev. Los pocos proucranianos que quedan en la zona, en cambio, decidieron encerrarse en sus casas.