ANÁLISIS

Contra las reformas y contra Sarkozy

CARLOS ELORDI

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Nadie tiene claro en Francia cómo va a terminar esta crisis. La incertidumbre manda en todos los análisis. Porque hace menos de un mes, nadie, seguramente tampoco los sindicatos, podía prever que la protesta alcanzaría las dimensiones a las que ha llegado. Y por eso nadie se atreve a decir lo que puede pasar a partir de ahora.

Nada indica que los que contestan la reforma estén dispuestos a ceder. Ni siquiera los diarios de derechas se atreven a pronosticar un debilitamiento de la protesta. Una de las incógnitas es si va a crecer la protesta de los estudiantes de secundaria. Otra, más perentoria, es si habrá un apaño en el Senado para retrasar lo más posible en el tiempo la votación final sobre la reforma.

Tampoco hay indicios de que el Gobierno vaya a ceder. Es más, el martesNicolas Sarkozyanunció un plan conjunto francoalemán para endurecer el Pacto de Estabilidad europeo, es decir, para reforzar la política de austeridad. Pero, más allá de esa aparente determinación, el presidente francés debe saber que ha cometido un grave error de cálculo. Porque si hubiera previsto que su decisión de elevar la edad de jubilación de los 60 a los 62 años iba a provocar lo que está provocando, no se habría lanzado tan resueltamente por ese camino.

Sarkozyno solo ha infravalorado la fuerza de los sindicatos, sino, lo que es más grave, ha hecho oídos sordos a los sondeos que, desde hace meses, dicen que la mayoría de los franceses está en contra de él. «Hay un sentimiento de exasperación hacia el poder», decía este fin de semana un editorial.

Poco a poco, manifestación tras manifestación, la oposición a la reforma de las pensiones se ha ido conjuntando con ese sentimiento: una encuesta del CSA concluía el lunes que el 71% de los franceses (y entre ellos el 34% de los votantes de derecha) simpatizaba con la huelga general del día siguiente. En junio, un porcentaje similar comprendía que el Gobierno reformara las pensiones. Un cambio tan drástico solo se explica porque la gente ha debido de vislumbrar -y en ello ha debido influir mucho la frialdad técnica con que el Gobierno ha abordado el asunto- que, tras el retraso de la edad de jubilación, pueden venir otras medidas que acaben con el Estado de Bienestar que los franceses consideran como un bien adquirido e intocable. Y también porque lo que está en juego hoy en las calles de Francia es la figura deSarkozy.

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El enfrentamiento, por tanto, tiene profundas connotaciones políticas. Aunque no estrictamente partidarias. Eso hace que el malestar social francés sea algo distinto, al menos hasta la fecha, al que crece en otros países. Y también condiciona la búsqueda de soluciones: porque no parece fácil que el desaguisado se pueda arreglar con una negociación entreSarkozyy los sindicatos.

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