Ivanka & Donald Trump jr.

Charcos y miserias de los Trump júnior

Los hijos mayores del candidato republicano suman incendios. Él alimenta a la extrema derecha y ella tiene dificultades para conectar con 'millennials' y mujeres

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Días atrás, la publicación Daily Beast se preguntaba qué «suplente» de Donald Trump en la campaña estaba siendo el peor de todos. ¿Sería su abogado, Michael Cohen, que dijo que las violaciones no son un asunto importante? ¿O quizá la portavoz Katrina Pierson, que culpó a Obama de la guerra de Afganistán? La competencia es durísima, dado que su consejero Al Baldasaro ya dejó el listón a la altura del escupitajo cuando en la convención de julio llamó a Hillary Clinton «pedazo de basura» por su gestión en Libia y pidió que fuera fusilada «por traición».

Sin embargo, por su tenacidad y reincidencia en soltar espumarajos ultras, quien despunta en la carrera es precisamente su hijo, Donald Trump junior, quien, declaración a declaración, está anclando en la extrema derecha la imagen del candidato republicano, cuando sus asesores tratan de recortar distancias con Clinton arrastrándolo -cabe decir que sin mucho éxito- en la dirección contraria. Es decir, intentando mantenerlo alejado de los fuegos.

EL TUTORIAL DE LOS KENNEDY

En principio, el cometido de los hijos pasaba por templar y hacer más humano al Trump candidato. Júnior e Ivanka, los mayores y también vicepresidentes de The Trump Organization, estaban llamados a ser la baza amable de la campaña: según algunos analistas, impulsaron el despido del jefe de campaña Corey Lewandowski, para el que un incendio nunca era suficiente, y apostaron por el vicepresidente Mike Pence, un «moderado», adjetivó la prensa, que, por cierto, luchó para legalizar que los empresarios pudieran negar sus servicios al colectivo LGTB.

La subtrama estaba clara. Trump puede ser un vómito misógino y racista que conecta con la rabia de parte de los hombres blancos que se sienten expulsados de la globalización, pero algo habrá hecho bien cuando sus hijos son tan glamurosos, tan educados. ¿Acaso no les había funcionado a los Kennedy su aureola de familia real?

Chelsea Clinton: 34 años de campaña en campaña

Se dice pronto, pero Chelsea Clinton lleva 34 de sus 36 años enlazando autobuses de campaña. Aún iba a párvulos cuando su padre se presentó por primera vez a gobernador de Arkansas. Desde entonces,  ha vivido ocho años en la Casa Blanca –con todos los efectos colaterales que eso implica–; se ha doctorado en relaciones internacionales en Oxford;  ha impulsado proyectos para mejorar la vida de las mujeres desde la Fundación Bill, Hillary y Chelsea; se ha casado y ha tenido dos hijos, Charlotte y Aidan, con el inversor financiero Marc Mezvinsky; ha alternado con la sección ‘grand class’ de Manhattan (es amiga de Ivanka Trump) y... ahí está de nuevo, en campaña.      De perfil bajo, Chelsea va a donde los asesores de su madre le dicen y nunca se sale del guion ni pone en alerta a los  apagafuegos de la maquinaria electoral. Pausada y trabajadora, sabe lo que decir cuando toca dulcificar la imagen de Clinton («no imagino mejor abuela ni mejor presidenta que ella») y también cuando quiere morder. «Espero que todos vean –dijo días atrás– que los ataque de Trump a mi madre son retórica triste, misógina y sexista».

El caso es que mientras el padre intenta contener a la bestia, el hijo, parece que de forma sincronizada, lanza guiños a la 'alt-right', la llamada derecha «alternativa» que agita el odio en las redes sociales y que considera el conservadurismo 'mainstream' demasiado «políticamente correcto», ya que son abiertamente racistas, populistas, antisemitas y reaccionarios. Solo en el mes de septiembre, Trump jr ha tirado de metáforas miserables -«si tuvierais un tazón de caramelos y os dijera que tres de ellos te podrían matar, ¿cogerías un puñado? Ese es nuestro problema con los refugiados sirios"-; ha amenazado con deportar a «todos» los sin papeles, y ha sido amonestado por la Liga Antidifamación al asegurar que si la candidatura republicana hubiera «mentido como los demócratas», «la prensa estaría calentando las cámaras de gas». Ya en julio, acudió a Neshoba, Misisipi -donde en 1964 fueron asesinados tres defensores de los derechos civiles y donde Reagan se marcó en 1980 un discurso de tintes supremacistas- y dijo que las críticas a la bandera confederada, símbolo ligado a la esclavitud y al racismo, le «parecían tonterías».

MADRE Y PERFECTA PROFESIONAL

Ivanka, por su parte, se ha pegado algún que otro tiro en el pie. La hija de Trump, que en la campaña representa a la perfecta profesional y madre (dirige una línea de joyas y accesorios, y una web en la que aconseja desde tendencias hasta seis movimientos de yoga que se pueden hacer conduciendo), tiene como cometido convencer a 'millennials' y mujeres de que el mismo tipo que dice que nunca ha «hecho nada» para cuidar de sus hijos -«yo proporciono los fondos, Melania se ocupa de los hijos», se ha jactado- dirige en realidad una compañía con «más ejecutivas que ejecutivos» y no filosofa, sino que practica, «la igualdad salarial» y el «apoyo a las madres».

Pero ay, resulta que Ivanka no solo afronta interesantes lecturas de género, como la de la abogada y escritora Jill Filipovic, que en 'The New York Times' escribió que la joven empresaria simboliza la vieja hipocresía machista de los hombres como Trump, que quieren que sus esposas se queden en casa mientras celebran los éxitos profesionales de sus hijas. Convertida en portavoz de las políticas de conciliación de Trump, Ivanka, que defiende una baja tras el parto de seis semanas, también ha tenido que leer en 'The Washington Post' que una de sus empleadas se quejaba de que la compañía no le había pagado las 12 semanas de permiso de maternidad que debería. Y cuando, días atrás, una periodista de 'Cosmopolitan' le preguntó a qué se debía el cambio obrado en su padre, un señor que hace 10 años decía que el «embarazo es incompatible con los negocios», y de qué manera pensaba sufragar sus propuestas más caras, como la construcción del muro con México y el gasto en defensa y seguridad, ella se negó a contestar. Dijo que estaba «harta de tanta negatividad» y se largó a limpiarse el karma. Que al fin y al cabo, una chica criada en una casa de verano de 40 habitaciones no tiene por qué dar según qué explicaciones.