Tanto he escrito sobre John Lennon que a veces tiendo a olvidar lo que de él me fascinó la primera vez que lo escuché. Esa mezcla de talento descomunal y mente insegura resultaba tan irresistible como su voz. Podía ser ingenuo o violento, divertido o exasperante, surrealista o pragmático, utópico o satírico, pero si lo dejabas entrar en tu tímpano, se metía hasta el tuétano. En lo personal, vivía buscando, arriesgaba, se equivocaba, acertaba, exponía sus contradicciones, y eso lo hacía mucho más cercano. Pasé mi adolescencia apagando la luz con Revolver en el tocadiscos. En mi imaginación éramos yo y mis hermanos cantando. Hubo ese Lennon, el incendiario, el cegador. Luego, hubo otro, el casero, el jubilado prematuro. Chapman mató a los dos. Puede que Yoko Ono eche de menos al último, pero yo añoro al primero.
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Del tímpano al tuétano
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