Un año sin Diego Maradona es casi una eternidad. El extinto astro era una figura omnipresente en Argentina, ya sea por sus hazañas o sus caídas. Desde 1997, cuando se retiró definitivamente de la práctica deportiva, empujado por la adicción, los argentinos aprendieron a convivir con al menos dos Diegos, el Dios humano y el hombre devorado por sus pulsiones y un entorno destructivo. Algunos prefirieron no mirar nunca sus costados diabólicos y concentrar la mirada en el sublime gol a los ingleses, en el Mundial de 1986. Otros, por el contrario, lo convirtieron en chivo expiatorio para dar sermones éticos. Cuando murió, el país se encontraba en pleno confinamiento por la pandemia y, a lo Diego, con la anuencia del Gobierno, en la ciudad de Buenos Aires se rompieron las reglas oficiales y una multitud fue a darle el último adiós en la sede presidencial. Hasta sus exequias pusieron en escena las contradicciones que lo excedían.
LA DOBLE CARA DEL MITO
Un año de la muerte de Maradona: emerge el lado diabólico de un Dios
El patrimonio de Diego Armando Maradona, del que se desconoce la cuantía exacta, alcanza para que los herederos, sus cinco hijos reconocidos, vivan toda su vida sin trabajar, dijo en una entrevista con Efe el abogado Mauricio D´Alessandro.
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