Hace muchos años, para los que empezamos a tener una edad, el uso del avión para las clases más humildes se relacionaba generalmente con la muerte de algún familiar que obligaba a llegar al destino lo antes posible. En aquellas épocas ir en avión era un lujo.
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Afortunadamente cambiaron los tiempos y el transporte aéreo se acercó a los bolsillos más modestos. Sin embargo, ese modelo tan atractivo ha acabado condenándonos a tener a nuestra disposición servicios de una pobrísima calidad, cuyo exponente estos días es Vueling, y en su momento fue (o lo sigue siendo) Ryanair.
Como un país cualquiera (o autonomía, según la sensibilidad de cada uno), quisimos tener nuestra aerolínea de bandera, hasta que aquel proyecto (la difunta Spanair) nos dejó en tierra y arruinados.
Desde entonces, aceptamos que nuestras opciones de transporte aéreo sean compañías que a la mínima nos dejan en tierra, que casi te cobran por respirar y convierten cada vuelo en una experiencia única, pero eso sí, sin nada incluido. Y encima, poniendo dinero público.
¿Es este el modelo de transporte que nos merecemos? Quizá sí, pero es el modelo que nos llevará a la ruina, porque estamos maltratando a la parte más importante de la ecuación, los viajeros.
Por cierto, señores de Vueling, además de un responsable de explotación, busquen a otro en Atención al Cliente. Tardar cuatro días en reaccionar tras dejar a más de 8000 personas en tierra sin hacerles el mínimo caso debería dejar tocada su compañía.
Seguramente no lo hará, porque para nuestra desgracia ahora somos un país de 'low cost'. Turismo 'low cost', políticos 'low cost' y transporte 'low cost'.