El día 21 de diciembre todos los ciudadanos catalanes tenemos una cita muy importante en nuestros calendarios: Vamos a votar, vamos a decidir democráticamente adónde queremos ir y llegar. Pero yo me pregunto: ¿qué garantías hay de que todo este conflicto se solucione de una vez y volvamos a ser una comunidad unida y en harmonía como antaño?
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En mi humilde opinión, una catalana de a pie y con el corazón en la mano, me temo que esto va para largo. Todos anhelamos la buena convivencia, el respeto a las leyes, el proyecto de una Catalunya en común en la que todos quepamos; desde los más implicados y activos en el tema hasta los que callados derraman lágrimas en la soledad de sus casas ante los continuos sucesos que irrumpen sin cesar y nos sobresaltan.
Pero muy a mi pesar, esto no va a acabar hasta que los políticos no prediquen con el ejemplo para utilizar proactivamente un verbo del que hemos oído hablar mucho pero nunca se han dignado a practicar: dialogar.
Tan sencillo como eso. O tan complicado como se quiera hacer, pero no hay más, es la única solución.
Como adolescente a punto de entrar en el mundo de los adultos, no creo que sentarse en una mesa, intercambiar opiniones y poner en común los puntos en desacuerdo y en acuerdo sea tan complicado e imposible como se dice, y que el bien común sea la meta final.
Por favor imploramos una solución en la que haya cabida para todos y cada uno de nosotros actuemos en consecuencia.