No haría falta ser Thomas Piketty para deducir a dónde nos lleva el progresivo y desigual reparto de la riqueza en el mundo. El crecimiento sostenido, el mantra-motor de ese impulso tecnocrático. El mercado, la autopista del hipercapitalismo suicida, con nula responsabilidad fiscal-judicial, 'arrastrando' al mundo hacia la hecatombe existencial.
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Es el sistema, estúpido -dijo el necio-. La causa: un crecimiento sostenido basado en abastecer a los mercados con miles de productos innecesarios que solo sirven para mantener el sistema. La consecuencia: alterar el clima y la biosfera, empobrecer la biodiversidad y los recursos energéticos, arrasar ecosistemas, culturas y valores humanos sembrando dolor y muerte.
En su última "lección", el escritor Juan Manual de Prada lo describía: "En ésta época decadente se percibe el desprecio hacia toda forma de sabiduría y virtud al suplirlas por todos los sucedáneos que despliegan para cubrir ese hueco".
Resulta delirante confiar en gobernantes que promueven una economía lesiva para la salud física, mental y espiritual y para la supervivencia humanas. Economía patriarcal, basada en castrar la autogestión de la salud, lastrar y discriminar la sensibilidad femenina y depredar los recursos de la biosfera.
Que al basarse en el fomento del machismo y la expansión de "necesidades" innecesarias, frustra todo progreso humano, sumiendo a la comunidad en una crisis civilizatoria.
Siento frustración cuando se confunde dinero con riqueza, deseo con anhelo, comida con alimento, religión con ciencia espiritual y conocimiento con sabiduría. Al desconocer la razón de la existencia y a la vez sentirse "realizados" por conseguir poner años a la vida y no vida a los años.
En esta última partida, nos jugamos: su bolsa o nuestra vida. Ser o no ser.