Novak Djokovik es un tenista extraordinario que rivaliza con Rafa Nadal y Roger Federer, pero es un deportista arrogante, soberbio y tozudo. Se ha convertido en un icono de los antivacunas despreciando las normas migratorias y sanitarias de Australia y, además, mintiendo, y por ello ha sido deportado por las autoridades políticas con el unánime respaldo judicial del Tribunal Federal al pretender sustraerse a la disciplina sanitaria.
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El interés público, como es razonable, ha prevalecido frente a la altanería, egoísmo e individualismo de quien, con su antojo, ve comprometida seriamente su carrera deportiva. Que nadie se llame a engaño, no es un maltrato al serbio ni una caza de brujas. Simplemente estamos ante alguien que pretendía que se le dispensara un trato de favor inadmisible en una comunidad que ha sufrido uno de los confinamientos más drásticos por el covid- 19 y que cree que para él no van las reglas establecidas que respetan y acatan todos los tenistas. Un insensato que ha protagonizado un auténtico despropósito y que debería llevar a reflexionar al rebelde sin causa.