Cada mañana, cuando cojo el metro para ir a mi trabajo, suelo coincidir con Said, una de esas personas que cuentan su triste situación entre parada y parada para recaudar unas monedas.
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Entiendo que muchas veces podamos dudar de la credibilidad de estas personas o no podamos ayudarles, pero lo que me cuesta entender es que nadie en todo el vagón le conteste ni le mire a los ojos. Si algún día lo haces, descubrirás que la historia que cuenta Said es real, que lleva tres años en España y que las cosas no están saliendo como él pensaba.
La sociedad española se caracteriza por ser enormemente solidaria, pero en ocasiones siento que con nuestros gestos cotidianos parecemos dar la espalda a la realidad que viven muchos inmigrantes y personas desempleadas, siendo algo insensibles con los que están sufriendo una dura situación cerca de nosotros.
Muy pocas veces puedo ayudar económicamente a Said, pero sonreírle cada día y preguntarle qué tal está, no me cuesta nada. Al fin y al cabo, todos podríamos atravesar una situación difícil y seguro que nos gustaría que alguien levantara la vista de su Smartphone e hiciese de ese difícil momento una situación menos incómoda. La humanidad y la solidaridad puede estar, además de en un puñado de monedas, en un gesto amable, una sonrisa, una mirada o una breve conversación.