El problema político más importante y más grave que actualmente tenemos en España es el proceso secesionista en el que están empeñados una parte de la ciudadanía de Catalunya y de sus instituciones. Remover las bases de un estado, poner en cuestión su propio ser, es sin duda el mayor problema al que pueda enfrentarse un estado porque pone en peligro su propia existencia y la existencia de todo lo que se sustenta en él.
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Por anacrónico que pueda ser en estos tiempos en los que la soberanía y la independencia de los estados son borrosas, es perfectamente legítima la aspiración nacionalista a crear su propio estado. Tan legítima como legítimo es que el estado ponga todos los medios para impedirlo mientras sea ilegal no la aspiración secesionista, sino el hecho mismo de la secesión.
La torpeza política, los desplantes, las maniobras oscuras y tramposas de unos y otros han ido enconando el problema y alimentando emociones exaltadas en los ciudadanos de las dos orillas. Y ese es el peligro: que cualquier desalmado de uno u otro lados decida dar el paso que pudra el problema hasta hacerlo políticamente irresoluble.
Reúnanse Gobierno y Govern hasta desgastar las sillas, reúnanse en discreto, en secreto o a plena luz, pero reúnanse y pongan sobre la mesa soluciones y no retos. Reúnanse en Madrid, en Barcelona o en el infierno, pero reúnanse y busquen soluciones más allá de desplantes y de amenazas, más allá de banderas y de juzgados. Reúnanse porque el bienestar de todos puede estar en peligro.
Rajoy como presidente del Gobierno de España y Puigdemont como 'president' de la Generalitat tienen la responsabilidad histórica y el deber político y moral de no llevarnos al disparadero.